lunes, 24 de octubre de 2016

Mi tío Rafael

Rafael llegó con un cuarto de hora de anticipación a las oficinas de la Hidroeléctrica de La Miel para una reunión que habría de empezar a las nueve de la mañana de algún día del final del siglo pasado. Para su sorpresa los tres colegas no llegaron y le fue preciso procurarse algún transporte de vuelta hasta su Manizales del alma donde estaban su hogar y oficina.

Ese día salió de su casa a eso de las cinco de la mañana porque quería honrar la palabra que había comprometido y de paso seguir prestando los servicios de consultoría que lo distinguían como uno de los ingenieros industriales más reconocidos de la región; no por eso tenía los negocios más jugosos en los que seguramente estaban caldenses “ilustres” como Juan Llano, Omar Yepes, Víctor Renán Barco y tantos otros.

Todo iba de trámite hasta que habiendo superado el municipio de Norcasia, su carro empezó a botar humo cuando de un momento a otro se formaron las llamas que alertaron a Rafael para sacar su computador, su maletín y el extintor que vació sin suerte. Solidariamente los locales le ayudaron a apagar el incendio del carro que quedó destrozado.

Con suficiente ayuda para halar las latas chamuscadas, las orillaron para que no estorbaran y luego de agradecer toda la ayuda recibida emprendió camino a pie, hacia su destino. Un poco más adelante vio que venía una volqueta enorme, como las del Cerrejón, y le extendió su brazo a manera de solicitud de aventón cuando vio que la mole empezó su proceso de frenado y unos cien metros adelante se detuvo totalmente.

El conductor le permitió montarse en el colosal estribo y como esas volquetas no tienen cabina para el acompañante, Rafael, mi tío, metió la cabeza por la ventana para evitar el viento y los bichos. La volqueta terminó su trayecto un kilómetro antes de llegar a las oficinas de la Hidroeléctrica de la Miel y decidió volver a caminar para cumplir con su cita.

A los pocos metros pasó un bumangués en su carro y lo recogió para lograr llegar quince o veinte minutos antes de la hora acordada.

Con una buena cantidad de sentimientos encontrados volvió a Manizales para coordinar la recogida de lo que quedó del carro y para seguir trabajando en lo que sabe hacer con rigor y pasión. Hoy, a sus setenta años, sigue llegando a sus citas con la suficiente anticipación y así practica el profundo respeto por los demás que no menciona tanto pero que con sus actos deja en evidencia.

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