Llegamos
a Córcega el miércoles 10 de julio después del medio día. Cruzamos el
Mediterráneo desde Italia en un Ferry que zarpó de Livorno pasadas las 8:00 de
la mañana. El puerto quedaba en una ciudad llamada Bastia en la que pudimos darnos
unas horas de turismo antes de tomar el bus que nos llevaría a Alleria, donde
nos encontraríamos con nuestro nuevo jefe y anfitrión al finalizar la tarde.
Bastia
es un lugar hermoso, una ciudad pequeña, construida, en buena parte, sobre una
montaña escarpada que da al mar, adornada con fortificaciones antiguas e
imponentes que cuentan muchas historias de invasiones y guerras con sólo mirarlas.
Más
tarde, nos encontramos con Raphael, con más de una una hora de retraso. Llegó
sonriente a saludarnos y explicó en francés que hubo un problema con el carro
de su amigo Fred, quien lo acompañaba, y debíamos acompañarlo a acercarlo a su
casa. Luego de más una hora de carretera llegamos a la granja: Le Domaine
Nepali Corsica
Lo
primero que vimos fueron dos casas rodantes (caravanas o carros – casa) y
rápidamente dejamos las maletas en una de ellas. Raphael nos dijo que podíamos
dejar todo sin ningún problema. Dejamos la plata, los pasaportes, el
computador, la tableta, la cámara, etc., etc., etc, y nuestras pesadas maletas.
Dentro de nuestra nueva casa había de todo: cama doble, mesa, camarote, polvo,
cobijas llenas de polvo, dos almohadas viejas, manchadas y sin fundas y varios objetos
que dejaron los anteriores woofers que vivieron allí.
Luego
de unos 150 o 200 metros de carretera destapada encontramos la zona central de
la granja donde había varias carpas de campaña, una ducha con paredes de
estera, un inodoro seco, una terraza de madera de veinticinco metros cuadrados
con un árbol en la mitad que funge como toldo, una cocina sin techo y con una
pared hecha de pacas de heno, una huerta grande, un corral para las hierbas
aromáticas, en el piso hay una máquina de capuchino abandonada, un arrume de
bicicletas en regular estado, un rodadero para niños desarmado …
Nos
recibieron dos mujeres, una de ellas, Janie, parecía de 17 0 20 años y muy
amablemente tomo dos vasos, les quitó el polvo y nos preparó una bebida de
jarabe de menta con agua. Fue una bonito sabor de bienvenida. Luego nos
enteramos que ella tiene como 37 años y es una socióloga que lleva más de 10
años trabajando en el campo.
La
otra mujer era la esposa de Raphael, Natascha, una mujer de menos de 50 años
que nos saludó respetuosamente y con una sonrisa austera.
Prontamente
todos volvieron a sus actividades con la luz que todavía no se iba, siendo
aproximadamente las 8:30 de la noche. El calor era muy moderado y más tarde
llegaron los niños. Dos hijos de los dueños de la granja llamados Nelchael y
Nagayan o algo así y Stelle, una niña hermosa, hija de Orwyn Avallon, un escritor
radicado en Niza que viaja por el mundo y da talleres de psicología y
meditación y estaba visitando por unos días la granja.
Yo
estaba lavando platos cuando los escuché que cantaban una canción que juntaba
los nombres de mi esposa con el mío y tarareaban algo incomprensible pero
sonaba muy chévere. Me acerqué al platón de la camioneta donde estaban cantando
la canción recién compuesta y, en mi inexistente francés, los saludé de mano,
sintiéndome como homenajeado y algo avergonzado con los adultos, por el
alboroto que formaron con sus cantos. Camila los saludó sonriente, sin
acercarse mucho.
Ya
habiéndose ocultado el sol, como a las diez de la noche, nos sentamos a la
mesa, no en la terraza sino en la cocina. Conversamos las cosas comunes de un
primer acercamiento, había comida sencilla e insípida y pan duro que se
sazonaban con una cantidad de cositas envasadas en frascos, frasquitos, tarros
y tarritos, todos reciclados y no necesariamente se veían limpios, pero cada
uno traía una sorpresa de sabor maravillosa.
Terminamos
de comer y nos despedimos sabiendo que el jueves teníamos que estar en la zona
central a las 7 de la mañana para desayunar y empezar a trabajar. Llegamos a
nuestra casa móvil y rápidamente quitamos las cobijas que no queríamos usar,
sacudimos las cobijas y tendimos la cama con lo que consideramos más apropiado
en vista del calor y el polvero tan verraco de los tendidos. Luego nos lavamos
los dientes con el agua de una botella de agua potable que habíamos traído del
otro lado y dormimos sin parar hasta antes de la 9 AM.
Llegamos
a ponernos a disposición de Raphael e inmediatamente recibimos el merecido
regaño. Nos dijo que podíamos tomar ese día como descanso pero que si al otro
día no llegábamos a trabajar a las 7, nos tendríamos que ir de su finca. Yo
creo que nos merecíamos el regaño porque incumplimos a la primera oportunidad
pero yo lo hice un poco consciente ya que cuando vi que era de día e intenté levantarme,
sentía un mareo y un dolor de cabeza que sólo se los podría atribuir al mareo
de tierra que pudo haber sido causado por la travesía de más de cuatro horas en
ferry desde Italia aunada a todo el día de desplazamientos.
El
viernes nos levantamos y trabajamos hasta las 10:30, cuando ya el calor no
permite seguir y por la tarde, a eso de las 6:00, trabajamos como una hora y
media más. Camila con la pala y yo con la pica, abrimos un hueco largo, como un
camino, para preparar una cama de la huerta.
El
jueves y el viernes estuvimos con todos en varios eventos nocturnos fuera de la
finca, comiendo, en un concierto de música local… El sábado no trabajamos y el
domingo nos levantamos tarde y empezó una nueva ronda de regaño y ahí si no me
sentí ante un reclamo justo y les pedí aclarar las reglas porque otra vez
rondaba el fantasma del despido. El mismo domingo trabajamos un poco en
diversas actividades para limar las asperezas y en la noche fuimos a un
concierto con toda la familia y los invitados, en Moita, una pequeña villa en
las montañas de Córcega.
Quedamos
en que trabajaríamos cinco de los siete días de la semana y desde el lunes
sería el inicio de la historia. Trabajamos toda la semana muy duro. Camila
estuvo en la huerta, ayudando a preparar mermeladas y pesto y otras tareas más.
Yo estuve haciendo una canal, a punta de pica y pala, para poner los cimientos
de unas paredes de heno para construir una nueva cocina y también estuve
ayudando en la construcción de la placa de un horno de leña. Los dos estuvimos
preparando dos camas de la huerta para ser sembradas en permacultura.
De
tanta pica mis manos están adoloridas y mis músculos se están marcando. Sin
embargo siento alegría de no haber sido inferior al reto de trabajar como peón
de finca por toda la semana. Ahora bien, no son jornadas tan extenuantes como
las de los jornaleros y durante el día hay tiempo para hacer muchas cosas como
estirar todos los músculos en un mat de yoga en la terraza, jugar ajedrez o
rumi con Camila, ir a la playa, ir al rio o bajar hasta Alleria echando dedo
(auto stop), para entrar a Internet, comprar algo o hacer alguna vuelta como
averiguar cuánto vale el envío de una caja llena de ropa hacia Paris, porque
nos dimos cuenta que no necesitamos más de la mitad de la ropa que trajimos.
Este
fin de semana, por pura diosidencia, estamos en la casa de Fred, el experto en
construcción ecológica que acompañaba a Raphael cuando nos recogió el primer
día. Queda en las montañas, entre un bosque de castañas lleno de cerdos
salvajes que cazan para hacer carnes. Dormimos en una cama muy cómoda, hay
inodoro mojado y agua por montones en la
ducha. Hoy desayunamos huevo, cosa que no hacíamos hace como 10 días.
Al
comienzo nos preguntamos con Camila si todas las granjas de Francia son así de
desorganizadas y de desaseadas y, por varias fuentes, hemos sabido que no es
así. Queda un aprendizaje gigante en cuanto a las condiciones en las que
podemos sobrevivir: sin baño enchapado y con agua fluyendo a borbotones,
comiendo pan viejo y con moho, trabajando fuertemente en el campo y todo eso
acompañado por unas deliciosas comidas, un paisaje espectacular, rio con playa
“privada” y conociendo gente maravillosa que recordaremos toda la vida , como
Fred, quien nos ha atendido como un buen papá con sus hijos.
En la playa con (iz-der): Janie, un morral, Nelchael, Natascha, Camila, Raphael. Orwyn, Stelle y Nagayan.
En el lavaplatos
El lavadero de ropa y la ducha. Al fondo a la derecha, la cocina.
La terraza
La terraza y una carpa mongol que fue la primera casa en la que vivieron.
El baño seco