viernes, 30 de noviembre de 2018

Muchos machos

Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Filosofía, Maestría, 2018
Seminario: Política y afectos con Gustavo A. Chirolla Ospina
Trabajo final
Camilo Isaza Herrera

Devenir como todo el mundo, pero 
precisamente ese solo es un devenir para 
aquel que sabe no ser nadie, ya no ser nadie”[1]

Los machos de la diferencia sexual

Este escrito no pretende apoyar a las mujeres, no quiere solidarizarse con ellas, no busca despertar emociones caritativas en contra del machismo. Los seres humanos, mujeres y hombres, no necesitamos más de ese juego en el que, al igual que con los pobres, con los migrantes forzados, con las minorías sexuales y con tantos otros grupos excluidos, los mayoritarios que no son los más numerosos, logran, a través de una estrategia falaz, fortalecer un paradigma en el que la otredad del “otro” es estratégicamente fingida, en el mejor de los casos, o desconocida. Solo son bienvenidos en su club, quienes se identifican y actúan como parte de un referente hegemónico. En esa concepción, la subjetividad solo puede tener una definición; quienes no se subsuman dentro de ella son considerados inaptos para pertenecer al club y no deben gozar de los mismos derechos de quienes, por suerte, logran pasar el examen, así sea por medio de la herencia. Se puede afirmar que “gran parte del discurso conservador o neoliberal contemporáneo adopta la forma de una celebración espuria de las 'diferencias' de corte pluralista” (Braidotti, 2005, p. 57). Este escrito pretende explorar posibilidades de cambio en la masculinidad, desde la filosofía de la diferencia sexual defendida por Rosi Braidotti, acompañada por el planteamiento spinozista que sugiere una comprensión de la política desde los afectos y no (solo) desde la razón.

Devenir-hombre
La primera parte de esta exploración por la masculinidad, la haré desde el concepto deleuziano de devenir que de entrada debe ser acotado. Este no corresponde a una estrategia como la de ponerse en los zapatos de otro. Este artilugio no logra generar quiebres relevantes porque solo propende por que el sujeto siga identificado con una subjetividad fija que se da un paseo por la situación de alguien, que parece ser digno de conmiseración. Devenir pues, no consiste en imitar o en lograr semejanza con algo o alguien. El devenir no tiene por objeto convertirse en otro sujeto u otra sustancia y mucho menos pretende conseguir alguna suerte de evolución.
     Un fracaso en el devenir es el de identificarse con lo que se está deviniendo. La identidad es el germen del fascismo porque quien se identifica, abandona la necesidad de pensar y de afectarse. Todas las respuestas están claras y a la mano allí, para quien se identifica. En ese grado de certeza, se puede incurrir en los peores desmanes humanos. Al devenir vacila y se resquebraja la identidad. En mejores palabras:
“Devenir no es ciertamente imitar, ni identificarse; tampoco es regresar-progresar; tampoco es corresponder, instaurar relaciones correspondientes; tampoco es producir, producir una filiación, producir por filiación. Devenir es un verbo que tiene toda su consistencia; no se puede reducir, y no nos conduce a “parecer”, ni “ser”, ni “equivaler”, ni “producir”. (Deleuze y Guattari, 2004, p. 245)
     Siendo así, para un hombre devenir-mujer no comporta asumir formas femeninas. Este tipo de devenir está más relacionado con dejarse afectar por la molecularidad de lo femenino, que a su vez está deviniendo-algo. “El espacio del devenir es, por tanto, un espacio de afinidad y simbiosis entre partículas adyacentes”[2](Braidotti, 1994, p. 114). La feminidad está compuesta por moléculas infinitas. Cuando ellas me afectan, empiezo a devenir-mujer. Se podría pensar que de esa forma y gracias a la afección que causa el devenir, el hombre hegemónico podría suscribirse en el feminismo y si todos los hombres hicieran este ejercicio, la causa feminista habría llegado a su final porque el machismo estaría abolido. No es tan sencillo.
     El hombre puede devenir-mujer y si el devenir persiste, nunca volverá a ser el mismo, pero seguirá siendo hombre, no porque su subjetividad fija haya cambiado sino porque su composición molecular fue afectada por lo femenino. Devenir es esa “'acción por la cual algo o alguien continúa deviniendo otro (mientras continúa deviniendo lo que es)” (Patton, 2013, p. 115). Esta masculinidad, pues, tiene que ser revisada porque es allí donde parece estar la base de la subjetivación hegemónica que solo consulta el referente masculino. En este orden, el hombre debe devenir-hombre, para lograr ser afectado por la multiplicidad que habita en otras masculinidades. Dicho sea de paso, a la mujer también le corresponde devenir-hombre porque la superación del machismo es una tarea que está en cabeza de los dos sexos. Braidotti lo sintetiza de la siguiente manera: 
“Nada cambiará a menos que ambos sexos se unan en el esfuerzo de implementar una sexualidad no fálica y de reinscribir el guion de la sexualidad al margen de la violencia del falo. Traducido al lenguaje de Deleuze, lo mayoritario necesita devenir minoritario, necesitamos un devenir minoritario polivalente, fluido, de ambos sexos, hombres y mujeres conjuntamente.” (Braidotti, 2005, p. pp. 72 y 73)
     Este devenir no se ejecuta en un tiempo limitado y podría decirse que no tiene fin. Alguien puede devenir-hombre pero este también esta deviniendo. El devenir no es específico, podría ser considerado como una forma de vida que redunda en una constante transformación y obviamente en una ausencia de identificación. “El devenir deleuziano es la afirmación del positivismo de la diferencia, significado como un múltiple y constante proceso de transformación”[3](Braidotti, 1994, p. 111).
     Para que el devenir-hombre ocurra, es necesaria una desterritorialización o una reterritorialización, se requiere un movimiento rizomático que reta la linealidad y la concepción unitaria del ser en la que hay una identidad fija e inmutable. “Este estilo nómada, … es un elemento integrado en el concepto de 'devenir' y no un mero aditivo retórico” (Braidotti, 2005, p. 21).Los hombres (y las mujeres) tenemos que llegar hasta lo más profundo del macho, para que el devenir-mujer y el devenir-hombre logren re-crear una masculinidad que no les tema a las mujeres, a lo femenino y al feminismo, así como a las masculinidades diversas que no han sido exploradas.
     La única posibilidad es ampliar los afectos, afinar los sistemas de percepción de los afectos para lograr una mejor comprensión del mundo, una mejor comprensión de sí mismo. No cabe duda que ello es doloroso y riesgoso, pero la promesa de este proceso será verificada cuando dejemos de temernos mutuamente entre hombres y mujeres. La vulnerabilidad puede ser utilizada como herramienta para acentuar los poderes propios y del otro. “Desde la perspectiva del poder, los devenires pueden ser considerados como procesos de aumento o realce de los poderes del cuerpo, llevados a cabo en relación con los poderes del otro, pero sin implicar una apropiación de esos poderes” (Patton, 2013, p. 117). Lo más importante acá es que en el devenir no hay un proceso de colonización en el que quien deviene busca la propiedad de lo colonizado. En el devenir pasa algo parecido a zambullirse en un flujo molecular con toda la disposición de ser afectado. No hay devenir sin afecto. La condición de un devenir es que haya un afecto. El devenir afecta de tal modo que ya soy otro, pero no otra esencia, soy otro porque al desintegrarme y a al desintegrar al otro en moléculas se funda una maraña llena de vida.
     Nuevamente insisto, no se trata de caridad, el objetivo es descomponerse en partes minúsculas, para amarse, pero sin aspavientos, sin espectáculos que alerten. Las fisuras son el mejor punto de partida para los cambios de buenas magnitudes. Se trata pues, de no ser nadie, de permitirle a las moléculas que componen mi materia, que sean ellas las representantes del ser, en constante flujo, sin voluntad, con características que no tienen mucha relación con lo humano ni con su identidad.
     Para terminar este acápite sobre el devenir, cabe anotar que devenir-hombre la actitud de búsqueda de una subjetividad transformada. Incluso el machismo lo es. Este puede ser una forma de perseverar en el propio ser del humano, tanto de las mujeres como de los hombres. Desde Spinoza se puede afirmar que en la esencia de una cosa no hay contradicción porque todo lo que hace un sujeto va encaminado al esfuerzo de conservar su ser, no de destruirlo. Este es el conato como esencia del ser humano, como deseo, como apetito con conciencia de sí mismo. La libertad de pensar es la misma esencia del ser humano. Sin libertad hay muerte, ya no hay ser humano, hay bestias o autómatas. En esto nos convertimos cuando la identificación con el hombre hegemónico nos vuelve mezquinos, nos lleva a negar la libertad de las mujeres, de los hombres y de las preferencias sexuales. Es posible que creamos que estamos perseverando en el ser al actuar así. Sin embargo, es evidente que esta forma de vivir produce mucho sufrimiento, tanto en los hombres que nunca vamos a lograr subsumirnos en esa identidad de macho hegemónico, como en las mujeres que de nacimiento quedan excluidas, aunque vale decir que ellas mismas pueden tener grandes responsabilidades en la perseverancia del machismo. No solo son víctimas.
     En palabras de Braidotti, el “devenir-mujer de las mujeres es el proceso subversivo”[4](1994, p. 116), la conclusión es que tanto hombres como mujeres podemos devenir-hombre y devenir-mujer y así formar de manera subversiva una nueva subjetividad en la que hombres y mujeres, la humanidad, sea el referente de conformación de una subjetividad enmarañada.
   
La diferencia sexual
Cuando alguien llega a este Mundo, recién salido de la comodidad materna, no nace transexual, homosexual, lesbiana o bisexual; nace hombre o mujer. “Independientemente de la identidad sexual y del género de la pareja, las huellas de la heterosexualidad sobre todas las personas son innegables” (Braidotti, 2005, p. 67). En este orden, la diferencia sexual no puede ser interpretada, es un hecho que no debe ser confundido con las preferencias sexuales que adoptan o habitan a los hombres y a las mujeres durante el curso de sus vidas. Siendo así, “la diferencia sexual no puede ser como una diferencia entre varias otras, sino que debe ser pensada como una diferencia fundante, como una diferencia estructural fundamental sobre la que reposan todas las demás y no puede ser fácilmente disuelta”[5](Braidotti, 1994, p. 118). La anterior, además de ser una explicación básica y casi obvia, también es una reacción a ciertos feminismos irreflexivos que denigran de esa diferencia sexual, que no tienen en cuenta fundamentos biológicos evidentes y pone en la misma categoría a todas las preferencias sexuales y a los dos únicos sexos existentes en la biología humana. “La diferencia sexual está escrita en el cuerpo de mil maneras distintas, incluidas aquellas de las que hay evidencias hormonales y endocrinológicas” (Braidotti, 2005, p. 67). Según quienes niegan la diferencia sexual, “la lesbiana no es mujer porque se ha sustraído a las identidades basadas en el falo” (Braidotti, 2005, p. 54). Son este tipo de hipérboles, como las del feminismo irreflexivo, las que usualmente redundan en descalificaciones contra sus contradictores, no enriquecen esta conversación porque separan y radicalizan. Se podría decir que construyen una barrera que es difícilmente franqueable y por ende la capacidad de afectar se reduce sensiblemente o se elimina. Tanto en la micropolítica como en la macropolítica, es necesario cuidar el ámbito en el que los sujetos puedan ser afectados y así promover devenires. En el prefacio al Anti Edipo, Foucault sintetiza lo que estoy intentando explicar de la siguiente manera: 
“No utilice el pensamiento para dar a una práctica política un valor de Verdad: ni la acción política para desacreditar un pensamiento, como si éste fuera mera especulación. Utilice la práctica política como un intensificador del pensamiento, y el análisis como un multiplicador de las formas y de los dominios de intervención de la acción política.” (Deleuze y Guattari, 2000, p. xiv) [6]
     Sobre lo anterior no sobra decir que, en muchas ocasiones, es posible detectar una exageración conceptual que termina arriesgando, por ejemplo, a lo femenino, con la intención de lograr mayor fuerza en el mensaje y supuestamente, ser más convincente. Pese a que en algunos escenarios esto puede ser eficaz, no es aceptable “sacrificar la consistencia conceptual en aras a alcanzar la efectividad política” (Braidotti, 2005, p. 63). Lo anterior no significa que el discurso de la diferencia sexual debe eximirse de una necesidad de mercadeo y de propaganda.
     La filosofía feminista, en sus diferentes vertientes y polaridades, es definida por Braidotti como una “crítica al poder en/como discurso y el esfuerzo activo de crear otras formas de pensar; es un compromiso con el proceso de aprender a pensar diferente”[7](Braidotti, 1994, p. 119). No cabe duda que a eso se dedica la filosofía feminista, pero sería plausible afirmar que ese es el objetivo de buena parte de la filosofía en general. Si lo anterior es cierto, no es necesario atribuir el adjetivo feminista a este tipo de filosofía y para el caso concreto de este trabajo acogeremos el título que también es usado por la misma autora para esta disciplina. Me refiero a la filosofía de la diferencia sexual; no como exclusivamente feminista sino también como escenario para explorar una nueva masculinidad a través de devenires diversos tanto de hombres como de mujeres.
     Sin embargo, las preguntas fundamentales que Braidotti formula con respecto al feminismo, son de gran utilidad para el objetivo de este trabajo. Luego de citarlas, las usaré con la intención de ampliarlas a lo masculino. Los cuestionamientos son los siguientes[8](1994, p. 115):
1.    “Cómo liberar a la mujer de la posición subyugada de ser un 'otro' anexo, así como hacerla expresiva de una diferencia diferente, de pura diferencia, de un plano enteramente nuevo de devenir, a partir de lo cual las diferencias se multipliquen y difieran entre unos y otros”
2.    “¿Cómo liberar a la mujer de esa función icónica a la que la ha confinado el falogocentrismo?
3.    “¿Cómo expresar una diferente visión positiva de la subjetividad femenina?”
En cuanto a la primera pregunta, a primera vista sería forzoso pensar que ya no hay discusión sobre la evidente realidad de que “el hombre, el macho, es el principal referente para pensar la subjetividad”[9](Braidotti, 1994, p. 114). Hay quienes opinan que no existe tal jerarquía masculina y que eso se demuestra porque los hombres sufren, porque son los que van a la guerra, porque son quienes más nutren las cárceles, quienes más se alcoholizan, entre tantas otras desgracias, que son ciertas, pero no para fundamentar en ellas la inexistencia de una hegemonía conceptual y práctica de lo masculino.[10]En mi opinión, lo poco rescatable de una postura como la de Jordan Peterson, es que no podría caber duda de que la subjetividad basada en lo masculino hace sufrir, además de a las mujeres, también a los hombres. Lo anterior no obsta para seguir reprochando con determinación la horrible violencia contra las mujeres ejercida por hombres enfermos y mezquinos. No hay duda de que las mujeres sufren profundamente, gracias a uno de los aspectos provenientes de la diferencia sexual, como es la disparidad en la fuerza física[11]que es aprovechada miserablemente por los hombres.[12]
     Volviendo sobre el armazón conceptual de la filosofía de la diferencia sexual, Braidotti asegura que esta es la “expresión del deseo de las mujeres de salir de las identidades basadas en el falo”[13](1994, p. 120). Es posible aventurarnos acá a explorar si la diferencia sexual también podría expresar el deseo de los hombres de salir de una identidad humana fálica. No creo que a esta altura de la historia, hayamos pocos hombres que hemos empezado a soñar con desbancar al falo como referente de identidad. Es una carga que soportamos los hombres porque, por reticentes que seamos, tenemos que demostrar que cumplimos con los estándares mínimos de esa hombría intransigente, inexistente y cosificada en el pene. Ningún hombre es tan macho como lo demanda el modelo. Es una realidad que no se comenta porque hay cierto acuerdo tácito para proteger el mito del macho ideal.
     Con respecto a la segunda pregunta, vale decir que el mismo hombre también es usado como figura icónica. La mujer, sin duda, es el ícono que recrea una mentirosa otredad, porque no se tiene en cuenta como mujer sino como algo similar a un hombre sin falo y con cierto amaneramiento pero que, eso sí, es un receptáculo apto para que los hombres puedan procrear. Las moléculas de la mujer, no son tenidas en cuenta en la conformación de la subjetividad humana. Sin embargo, el hombre no está menos convertido en ícono, en caricatura. Ese hombre en el que está fundada la subjetividad no existe sino en figuraciones virtuales que no por ello dejan de ser reales. Siendo así, uno de los objetivos de la diferencia sexual “reside en eliminar las connotaciones peyorativas y opresivas que se han erigido no solo sobre la idea de diferencia, sino también sobre la dialéctica entre el Yo y lo Otro” (Braidotti, 2005, p. 25). En este sentido, el Yo encontraría referentes larvarios, tanto masculinos como femeninos, y de esa forma la diferencia dejaría de ser considerada con recelo y asco. 
     Para abordar la tercera pregunta, parece necesario volver sobre el proceso de subjetivación hacia el cual puede tender la humanidad. En el aparte que citaré a continuación, Braidotti da las mejores pistas para lograr esa nueva visión positiva de la mujer. Ella adquiriría más potencia si la frase fuera dirigida a un sujeto de la filosofía de la diferencia sexual y no solo al feminismo:
“El sujeto del feminismo no es la Mujer, como otro complementario y especular del hombre, sino un sujeto encarnado, complejo y multiestratificado que ha tomado sus distancias respecto a la institución de la feminidad. 'Ella' ya no coincide con el reflejo impotente de un sujeto dominante que esculpe su masculinidad con arreglo a un modelo universal. De hecho, es posible que ella ya no sea ella, sino el sujeto de otra historia bastante distinta: un sujeto en construcción, mutante, lo otro de lo Otro, un sujeto encarnado posmujer transmutado en una morfología femenina que ha experimentado una metamorfosis esencial” (2005, p. 25 y 26).
     Parecería mejor ampliar esta postulación, afirmado que el sujeto de la filosofía de la diferencia sexual son la mujer y el hombre, que deben devenir-hombre/mujer para establecer una nueva masculinidad y una nueva feminidad que, por cierto, continuarán deviniendo.  Así pues, una diferente versión positiva de lo femenino se logrará en la medida que el sujeto sexuado, tanto femenino como masculino, sea “analizado de modo crítico y finalmente deconstruido” (Braidotti, 2005, p. 42).
     En últimas, la diferencia sexual retoma la definición del sujeto humano y sitúa a lo femenino en una otredad radical frente a lo masculino. En mi opinión, lo masculino a su vez, también se redefine en esta filosofía porque se descaricaturiza para ser un Otro digno del sujeto femenino transformado. En suma, la filosofía de la diferencia sexual y la política de la localización que resumiré a continuación, pretenden “transformar la diferencia en algo positivo” (Braidotti, 2005, p. 39).
     Para cerrar este acápite que pretendía sintetizar y echar mano de la filosofía de la diferencia sexual, es necesario hacer alusión a la “política de la localización”, que es la de la diferencia sexual, en donde es posible mapear las relaciones de poder que subyacen al desarrollo de la hegemonía machista, así como a la transformación que desde años atrás está operando. La localización es “un territorio espacio-temporal compartido y construido colectivamente, conjuntamente ocupado …, la propia localización escapa en gran medida al autoescrutinio porque es tan familiar y tan cercana que siquiera se repara en ella” (Braidotti, 2005, p. 26). Con esto lo que anota la autora son dos ideas fundamentales: la primera es que la localización es intersubjetiva y obviamente referencial a quienes interactúan en las relaciones de poder. La segunda tiene que ver con denotar que el ser humano, que se desenvuelve en cierto paradigma, no es necesariamente proclive a revisarlo porque, en primera instancia, no se da cuenta que opera bajo referentes fijos, o intuyéndolo, prefiere no revisarlos debido a la dificultad y sufrimiento que ello trae consigo. Esta política de la localización “implica un proceso de toma de conciencia que requiere un despertar político” (Braidotti, 2005, p. 27), implica revisar la composición y los elementos de las relaciones de poder en las que cada ser humano está inmiscuido, dejarse afectar, independientemente de la voluntad, porque al dejarse afectar los devenires ocurren, incluso en contra de ella.

Conclusiones
Tanto mujeres como hombres hemos tenido que pagar las consecuencias del privilegio masculino, pese a que definitivamente “las mujeres han asumido los costes tanto materiales como simbólicos del privilegio masculino de la autodefinición: han sido física y simbólicamente desposeídas de un lugar desde donde hablar” (Braidotti, 2005, p. 39). A lo que me refiero con que los hombres también hemos pagado ese precio es a que el privilegio masculino también trae cargas y conlleva a que muchas masculinidades tampoco hayan tenido la posibilidad de ser contadas y de influir en el establecimiento de una subjetividad humana. La diferencia sexual pues, “abre el camino hacia la redefinición de las estructuras generales del pensamiento, no solo las específicamente femeninas”[14](Braidotti, 1994, p. 120). La tarea no solo comporta cambiar símbolos, formas y comportamientos, el cometido es cambiar la forma de pensar de la humanidad. 
     La filosofía es un gran punto de partida para esa transformación de estructuras y de la forma de pensar, pero ella tiene serias limitaciones de difusión, además de tener como contrincante al pensamiento enconado de siglos y siglos. Una gran opción es actuar como guerrillas, a través de “la memoria y las narrativas. Ambas activan el proceso de poner en palabras, es decir, de convertir en representación simbólica lo que, por definición, escapa a la conciencia” (Braidotti, 2005, p. 26).[15]Lo anterior no quiere decir que la estrategia solo se base en el trabajo en la micropolítica, también es necesario el mercadeo, la propaganda[16]y todos los medios legítimos que ayuden a lograr el objetivo. 
     De esta manera el compromiso con las transformaciones que he anotado durante este escrito, es el de trabajar en la capacidad de afectar y ser afectados. Los afectos aumentan la potencia de actuar del cuerpo y así, aumenta la potencia de pensar de la mente, de entender. Es fundamental actuar con la cautela de no hacer aspavientos, espectáculos innecesarios y tener la sensibilidad de acotar la capacidad para avanzar en las transformaciones. Deleuze y Guattari nos previenen cuando sostienen que “la intensidad más hermosa deviene nociva cuando supera nuestras fuerzas en ese momento, hay que poder soportar, estar preparado” (2004, p. 203). La magnitud de los cambios debe compadecerse de la capacidad de cambio.

REFERENCIAS
Braidotti, R. (2005). Metamorfosis - Hacia una teoría materialista del devenir. Madrid: Ediciones Akal
Deleuze, G. y Guattari, F. (2004). Mil mesetas – Capitalismo y esquizofrenia.Valencia: Pre-Textos
Braidotti, R. (1994). Nomadic subjects - Embodiment and Sexual Difference in Contemporary Feminist Theory. Nueva York: Columbia University Press
Deleuze, G. y Parnet C. (1980). Diálogos. Valencia: Pre-Textos
Patton, P. (2013). Deleuze y lo político. Buenos Aires: Prometeo Libros
Deleuze, G. y Guattari, F. (2000). Anti-Oedipus. Minneapolis: University of Minnesota Press



[1]Deleuze y Guattari, 2004, p. 202
[2]Traducción libre
[3]Traducción libre
[4]Traducción libre
[5]Traducción libre
[6]Traducción tomada de:
http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:sMjLakNxKg0J:revistas.unla.edu.ar/epistemologia/article/download/550/587+&cd=1&hl=es&ct=clnk&gl=co 
[7]Traducción libre
[8]Traducción libre
[9]Traducción libre
[10]A manera de ejemplo se puede ver esta entrevista a Jordan Peterson, profesor de psicología de la Universidad de Toronto.
[11]No menciono la violencia psicológica, porque pretenda desconocerla sino porque creo que se deriva de la misma causa; la desventaja en fuerza física de las mujeres.
[12]En Colombia también hay posiciones irreflexivas, incluso de las propias mujeres como se puede ver en este video que reivindica el sentido común: https://youtu.be/OIFPSiBySpA
[13]Traducción libre
[14]Traducción libre
[15]“Las grandes rupturas, las grandes oposiciones, siempre son negociables; pero la pequeña fisura, las rupturas imperceptibles ..., esas no” (Deleuze y Parnet, 1980, p. 149).
[16]Braidotti, sin pensar en mercadeo o propaganda sostiene que “resulta crucial en el feminismo, al igual que en otros ámbitos, escapar de los juiciosos y mortalmente aburridos catequistas del fervor revolucionario y revalorizar el aspecto jocoso del proceso de transformación social” (Braidotti, 2005, p. 84).

viernes, 23 de noviembre de 2018

Kant y las drogas


Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Filosofía, Maestría, 2018
Seminario: Ética de Kant con Vicente Durán Casas
Trabajo final
Camilo Isaza Herrera


“Parece absurdo que el hombre pueda
ofenderse a sí mismo” (Kant, 2016, p. 282).


Alcance de la ética kantiana en el consumo excesivo de drogas


La razón por la que escribo este trabajo atiende a una preocupación que surgió de conversaciones que presencié en seminarios de la Maestría, donde algunos estudiantes afirmaban con vehemencia que el consumo excesivo de alcohol y drogas es un asunto íntimo y no puede estar sometido a ningún tipo de moralidad. De hecho, llegué a oír que resulta irrelevante moralmente si cierto personaje de la farándula se desayuna todos los días con un coctel de Margarita, porque, supuestamente, esa es una decisión libre que revela la escogencia de un estilo de vida. Al pasar por los diferentes textos revisados durante el seminario, he podido concluir que, en una postura kantiana, definitivamente, un asunto como este, no escapa al alcance de la ética. El presente trabajo se dedicará a analizar este asunto y a sustentar esta afirmación inicial.
     Para empezar es posible afirmar que “no es problemático en una ética kantiana, entender que existen deberes para consigo mismo, máxime cuando en esta teoría juega un papel definitorio, el representar a la humanidad como un fin en sí misma[1] (Gregor, 1963, p. 349). Si la humanidad es un fin en sí misma, todos los detentadores de esa humanidad como concepto y todos los miembros de esa humanidad como conjunto, somos un fin en nosotros mismos. De entrada, pues, se encuentra un primer argumento para sostener con solvencia que en una ética kanitiana, es coherente la existencia y la defensa de los deberes hacia sí mismo. Gregor afirma que la “base de los deberes para conmigo mismo debería ser el perfecto valor general de mi propia humanidad (o la capacidad de humanidad en mí), en alianza con mi ser espacialmente posicionado tanto para ser negligente como para encargarme de mis propios asuntos. No hay nada que pueda hacer para liberarme de ningún deber que me ha sido así impuesto”[2] (1963, p. 356). Es de resaltar que la libertad moral juega un papel decisivo en la existencia de los deberes hacia sí mismo. El ser humano tiene la posibilidad de cumplir o de incumplir sus deberes para consigo mismo.
     Pero estos deberes no necesariamente, a simple vista, tendrían que estar relacionados con estatuir una auto prohibición de un consumo dañino de drogas y alcohol, ello es imponerse el deber de abstenerse de hacerse daño con estas sustancias. En adelante las llamaré drogas porque los efectos psicológicos, sociales, familiares y corporales de las drogas y del alcohol, son similares, pese a que este se encuentra legalizado en Occidente y aquellas no. Con esto lo que quiero significar es que el alcohol es una droga más. Continuaré pues con el análisis.
     Sin embargo, bajo esta concepción de la humanidad como fin en sí misma, es evidente que el ser humano puede legislar “principios relacionados cono la manera en que los individuos se tratan a sí mismos” entonces hay cabida para los deberes para consigo mismo, dentro de una concepción social de la moralidad”[3] (Gregor, 1963, p. 369). No es necesario señalar que Kant no tiene una concepción intersubjetiva de la ética. Siendo social, se puede seguir afirmando la posibilidad de los auto deberes.
     Ahora bien, vale la pena traer a colación una afirmación contundente que se encuentra al comienzo de la Doctrina de la ética elemental de la Metafísica de la Costumbres, cuando trata lo atinente a los Deberes hacia sí mismo en general. Kant sostiene lo siguiente:
“yo no puedo reconocer que estoy obligado a otros más que en la medida en que me obligo a mí mismo: porque la ley en virtud de la cual yo me considero obligado, procede en todos los casos de mi propia razón práctica, por la que soy coaccionado, siendo a la vez el que me coacciono a mí mismo.” (Kant, 2016, p. 275)
    Por un lado, la procedencia de la ley por la cual un ser humano se obliga, se halla en su propia razón. No se encuentra afuera, ni en la experiencia sensible, no es relevante una comprobación empírica para sostener con tranquilidad que esa ley existe y es de obligatorio cumplimiento. Esta ley tiene que ser el Imperativo Categórico.[4] De las diversas formulas de este, he escogido la que creo que más se ajusta a la materia que se está tratando: Obra “de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca simplemente como un medio” (Kant, 2005, p. 117). La humanidad está presente en cada persona y la única posibilidad que la razón podría considerar sería la de honrar a la humanidad. La razón no podría querer que un ser humano se haga daño a sí mismo. Esto no quiere decir que los seres humanos no se puedan hacer daño a sí mismos, como evidentemente ocurre. Lo que quiere decir es que moralmente no es aceptable auto infringirse daños. Es así, como “los deberes para con uno mismo y la libertad moral, vienen juntos”[5] (Gregor, 1963, p. 378).
     El consumo de drogas busca placer o como dice Kant, “se hace tentador porque con ello se produce por un instante la felicidad soñada, la liberación de las preocupaciones, incluso también una fuerza imaginaria; sin embargo, es dañino porque comporta después abatimiento y debilidad y, lo que es peor, la necesidad de ingerir de nuevo este estupefaciente, e incluso aumentar la cantidad.” (2016, p. 289). Este placer que causan las drogas hace que el ser humano que las consume, se ponga en la posición de medio para la obtención de ese placer y por ende usa a la humanidad como medio, la cosifica. Este comportamiento es a todas luces inaceptable moralmente y la razón misma lo denunciará pese a que el sujeto siga consumiendo drogas de forma dañina. Refiriéndose a la conciencia moral, Kant afirma que el ser humano “puede llegar en su extrema depravación hasta no hacerle ningún caso pero, sin embargo, no puede dejar de oirla” (Kant, 2016, p. 303). Esto ocurre porque la razón no deja de existir, no deja de operar por ningún motivo y la ley universal permanece vigente sin importar las eventualidades que acaezcan.
     En segundo lugar, con respecto a lo sostenido por Gregor, citado arriba, es importante detenerse en lo referente a la coacción que la razón práctica ejerce sobre el ser humano. “Todo concepto de deber encierra una coerción objetiva de la ley” (Kant, 2016, p. 302). Esta coacción es ejercida por el mismo sujeto sobre sí mismo. Así resulta plausible afirmar que si el sujeto mismo se coacciona, esta actividad la desarrolla en cumplimiento de un deber. En el caso del consumo de drogas, el deber podría ser el de no hacerse daño con ellas. En este punto es importante abordar el planteamiento que hábilmente hace Kant con respecto a una posible antinomia que podría haber en el concepto de deber hacía sí mismo. No es muy extensa la forma en que el autor tramita esta posible contradicción y termina por afirmar que no existe tal, bajo el entendido de que “el hombre (considerado en doble sentido) puede reconocer un deber hacia sí mismo, sin caer en contradicción consigo (porque no se piensa el concepto de hombre en uno y el mismo sentido)” (Kant, 2016, p. 276).
     Continuando con este análisis, vale recordar la división objetiva de los deberes hacia sí mismo, que hace el autor. Para el cometido de este trabajo no se hará alusión a los deberes positivos. En esta ocasión se hará referencia a los deberes negativos que prohíben al ser humano “en lo que respecta al fin de su naturaleza, obrar contra él y persiguen, por tanto, solo la autoconservación moral” y no la perfección moral, como si lo hacen los primeros (Kant, 2016, p. 277). Los deberes negativos buscan erigirse como derrotero moral para reprochar éticamente comportamientos tan dañinos como “el suicidio, el uso contranatural que alguien hace de la inclinación sexual, y el disfrute inmoderado de los alimentos, que debilita la capacidad de usar adecuadamente las propias fuerzas” (Kant, 2016, p. 278). En este último grupo se encuentra el consumo de drogas, pese a que en esta formulación no es explícito.
      Aunque el suicidio y la auto mutilación pueden tener consecuencias similares al consumo desmedido de drogas, para que haya rigor en la aplicación de la doctrina kantiana, nos remitiremos al desarrollo que el autor hace sobre el aturdimiento por el uso inmoderado de la bebida o la comida que se encuentra en la Doctrina ética elemental, específicamente en el capítulo titulado El deber del hombre para consigo mismo, considerado como un ser animal, que perteneces al libro de los Deberes perfectos para consigo mismo. En este apartado, el autor excluye las evidentes consecuencias fisiológicas y físicas del uso inmoderado de las drogas y se dedica a las consecuencias morales de la siguiente forma:
En el estado de embriaguez ha de tratarse al hombre como a un animal, no como hombre … Es evidente que ponerse en tal estado supone violar un deber para consigo mismo. La primera de estas degradaciones, incluso por debajo de la naturaleza animal, se produce habitualmente por bebidas fermentadas, pero también por otros medios estupefacientes, como el opio y otros productos del reino vegetal (Kant, 2016, p. 289)
La consecuencia moral del consumo desordenado de drogas es rebajarse a un punto que la razón no podría admitir. No lo podría hacer porque la máxima de ese proceder no es susceptible de convertirse en ley universal, porque ofende a la humanidad, porque la convierte en un medio para lograr un placer, que dicho sea de paso, es dudoso cuando el consumo es excesivo y constante.
Ahora bien, para terminar de comentar la primera afirmación de Gregor citada en este trabajo, es necesario anotar que uno de los aspectos más importantes de los deberes hacia sí mismo consiste en que, para actuar moralmente, el sujeto tiene que estar en capacidad de constreñirse en el cumplimiento de estos. Si ello no ocurre, se pone en entredicho su posibilidad de actuar como sujeto moral intersubjetivo. Gregor lo explica de la siguiente manera: “en algún sentido, todos los deberes son deberes para consigo mismo porque el agente debe usar sus poderes de autoconstreñimiento, que son el presupuesto de cualquier deber para reconocer y aceptar absolutamente, cualquier deber”[6] (Gregor, 1963, p. 376). En este orden de ideas, pese a que estos deberes parecen versar sobre comportamientos cotidianos donde podría fácilmente predicarse una intimidad irrelevante para la moralidad, su relevancia es enorme en el proceder ético de las personas ya que de ellos parece depender la posibilidad de cumplir los deberes para con los demás.
     A manera de conclusión, debe quedar claro que “todos los seres humanos, incluso quienes han cometido los peores delitos o quienes tienen logros muy moderados, poseen dignidad humana y por ende derechos. Estos modestos o tramposos agentes deben tratarse a sí mismos con respecto al igual que los demás los debemos tratar de igual forma. Este tratamiento reconoce su dignidad y sus derechos”[7] (Gregor, 1963, p. 379). Igualmente, quienes consumen drogas de manera desordenada y excesiva conservan intacta su dignidad humana aunque no así sus facultades para ejercerla y honrarla. El consumidor fuerte de drogas se degrada y se habitúa a no cumplir sus deberes, porque al no cumplir los que tiene hacía sí mismo, es muy posible que dejará de cumplir los que tiene hacia los demás.


REFERENCIAS
Kant, E. (2016). Metafísica de las costumbres. Madrid: Tecnos
Kant, E. (2005). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Madrid: Tecnos
Gregor, M. (1963) Laws of Freedom. A Study of Kant´s Method Applying the Categorical Imperative in the Metaphisik der Sitten. Oxford: Basil Blackwell


[1] Traducción Libre
[2] Traducción Libre
[3] Traducción Libre
[4] “La doctrina kantiana de los deberes para con uno mismo puede ser una directa aplicación de la idea de respeto por las personas, donde la persona respetada es el mismo agente moral”  (Gregor, 1963, p. 378).
[5] Traducción Libre
[6] Traducción Libre
[7] Traducción Libre