sábado, 6 de septiembre de 2014

Chupar el pacificador

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Estando en Israel, el año pasado, en la casa de unos amigos que se estaban estrenando como papás, me enteré que al chupo, en inglés, se le dice pacificador (pacifier). Menuda diferencia lingüística; en español sólo se describe con el nombre de este dispositivo, la acción que se ejecuta con él, chupar, pero en inglés se confiesa sin ambages que lo que se busca con este es pacificar o calmar.

Yo me pregunto si la idea es pacificar al bebé o calmar a los papás que no saben que hacer con la desazón de su crío. Y me voy más profundamente, quisiera saber si lo que se logra al callar el llanto del niño con el chupo es que experimente la verdadera calma o, por el contrario, introducirlo en la frenética lógica vigente desde varios siglos atrás, que propugna incansablemente por la ausencia de incomodidad, de dolor, de molestia.

En este punto me surgen muchos más interrogantes que no pretendo contestar, sólo quiero formularlos porque me falta tener hijos para poder abordar estos asuntos con mayor pericia, pero mientras me preparo para ello, me pregunto si esta solución que se encuentra citada en la literatura médica desde hace más de cinco siglos, podría estar relacionada con el alto grado de proclividad a las adicciones que sufre la raza humana.

Valga aclarar que no sólo hablo de las adicciones más evidentes como las relacionadas con tabaco, alcohol y otras drogas. Voy más allá: teléfono celular, videojuegos, televisión, grasa, azúcar, trabajo, gente, ejercicio, aprobación, poder, dinero, sexo, internet ...

La lista puede llenar varias páginas pero escojo una adicción que parece el chupo de muchos adultos. Basta hacer un recorrido en Transmilenio en Bogotá o en cualquier sistema de transporte del mundo para darse cuenta que ante la incomodidad de la espera, del apretuje o por la simple impaciencia, al poner nuestros ojos en la pantalla del teléfono y nuestros dedos en acción, la molestia cede, tal como ocurre con los bebés cuando chupan el pacificador.

Podría pensarse que el chupo o el celular son una efectiva solución para "evitar la fatiga"[1], para evadirse de la emoción actual y engañar la mente, tal como se engaña a una cabra para ordeñarla o como se hace con el ganado al arriarlo. En buena parte el manejo agrícola de los animales se basa en el engaño, en la manipulación de los animales pero no me voy a meter ahora con eso aunque si me interesa preguntarme si el chupo y el celular son un engaño más que parecieran reportar mayor eficacia y eficiencia en la búsqueda de la grotesca uniformidad y de la odiosa funcionalidad tan anhelada por los sistemas educativo y laboral.

Explorar una comunicación entre padres y bebés que no esté regida por el engaño del chupo debe ser un reto tremendo pero hermoso porque demanda paciencia, sensibilidad e intuición, que no son, precisamente, valores muy ponderados por la ola de producción en serie de seres humanos.

Un trato basado en el respeto puede llevarme a relacionarme con mi hijo de una manera en la que su llanto pueda ser una fuente asombrosa de aprendizaje mutuo y lograr todo este proceso sin un chupo puede ser bien valioso. Habrá que estrenarse como papá para saber si estas sentidas líneas son puro bla bla bla o si se pueden explorar maneras diferentes de hacer las cosas para aportar a la formación de una nueva humanidad.




[1] Doctor Chapatín, Chespirito, Roberto Gómez Bolaños