domingo, 24 de junio de 2018

viernes, 1 de junio de 2018

Trastorno Afectivo Bipolar


Mi Divercity

Desazón y cansancio resumen las pocas horas que estuve con mi familia en Divercity el Día del Trabajo.
Luego de almorzar en la plazoleta de comidas del centro comercial, hicimos cola por 45 minutos para comprar las boletas que nos costaron más de sesenta mil pesos. Nos pusieron unos brazaletes que parecían un reloj grande y luego de pasar por una requisa con detector de metales, entramos a este Mundo adulto para niños.
Cuando entré estaba emocionado porque el lugar está bien montado, a primera vista. Los árboles parecen de verdad. Empezamos a intentar entender la dinámica y quisimos entrar a una atracción de la Policía Nacional que recibe a nueve niños cada 20 minutos. No lo logramos porque había mucha cola y por suerte dimos con lo que estaba buscando mi hijo de tres años.
El tiempo para empezar una experiencia de arquitectura y construcción estaba por comenzar. Era una atracción con la marca de Pedro Gómez. Un constructor que en los últimos años entró en desgracia él o al menos su empresa.
Cuando el niño entró le dije a mi esposa algo como: “15 minutos libres”. Y si, tuve la suficiente libertad para sentirme abrumado por todas las marcas comerciales posibles. Cajeros de Servibanca que dan la mano. Pero solo dan la mano con una burda mano de tela pegada a su lado. Estos cajeros funcionan y les dan a los niños unos billetes que se llaman Divis.
Sin embargo, trataba de seguir con cara de padre que goza con el gozo de su hijo, para no azarar el ambiente con mi esposa a quien empecé a notar inquieta, tal como yo me encontraba.
Me llamaba la atención que la parte de afuera de las diversiones es como la calle de una ciudad de verdad en la que los carros pasan e interrumpen frecuentemente la paz. Y todos los papás esperan afuera de las atracciones a sus hijos, unos más lejanos otros sin perder de vista a los suyos cuando los vidrios dejan verlos pero todos gozando con el gozo de sus hijos y eso sí, disparando fotos y videos como si no hubiera un mañana.
En ese momento quise ir a lavarme las manos al baño, para quitarme el olor a salsas de la hamburguesa del almuerzo. Me parecieron bonitos los baños porque son al contrario que los usuales. Muchos servicios para niños y muy pocos para los adultos.
Tan pronto salió mi hijo de la quebrada empresa de construcción, empezamos a buscar su nueva aventura. Revisamos en la Policía, pero el tiempo de espera era abultado si se tiene en cuenta que mi hijo tiene tres años y hacer una fila de 25 minutos, solo, porque los papás debemos estar fuera de las filas, gracias a Dios, no es nada fácil.
Decidimos subir a un segundo piso donde había más atracciones y salones para fiestas infantiles. Encontramos la aerolínea, sin marca conocida, pero que parecía un avión de Avianca.
Empezamos a hacer la fila y el capitán nos informó que necesitábamos un turno. Si como el maldito turno que dan en los bancos y en las EPS. Pues bien, mi hijo tomó el turno, lo guardó en el bolsillo de su camisa y a esperar en la fila. No importaba tener turno. La azafata insistía que tenían que hacer la fila. Mi hijo se salía frecuentemente de la fila y se le veía inconforme con la espera. Mientras estábamos en esas, bajé a tomarme un tinto al que le sumé unos biscochos parecidos a las achiras. Volví a subir, terminando mi tinto, que era idóneo para el cansancio que estaba empezando a sentir y veo que los niños están empezando a entrar y todos tenían una tarjeta para pasar por un datafono. Lo único que tenía mi hijo eran 2.000 divis. El capitán nos informa que para que el niño entre, debe pagar 3.000 divis. El momento fue tenso, mi esposa hizo una cara de espanto digna de retrato. Con un tono entre amable y desesperado le dije al capitán que por favor lo dejara entrar por 2.000 y con un gesto bonachón dijo que no había problema. En ese momento el capitán se fue y la azafata asumió la tarea de colectar el dinero de entrada de los niños. Mi hijo tenía el dinero que le habían pagado en la construcción y se lo entregó a la azafata. Ella nos miró con cara de impotencia y sonrisa y nos dijo que faltaban 1.000 divis. Le dijimos que el capitán ya había accedido a la rebaja, con un tono no tan amigable, y ella accedió a dejarlo entrar.

Nuevamente no supimos qué pasó adentro. Pudieron haberle estado inculcando ideas capitalistas, hegemónicas, católicas y comerciales al niño o pudo haber estado en una experiencia de vuelo memorable. No se. Lo que si se es que ya mi esposa y yo concluíamos con claridad que nunca volveríamos a ese lugar vomitivo para nuestro gusto. Era una experiencia que quedaría chuleada. Todos los padres debemos padecer Divercity alguna vez, pero no dos.

Salió el niño, con cara de haber disfrutado, y con avidez lo condujimos a intentar entrar a la atracción de la Policía Nacional. Llegamos y estaban repartiendo los malditos turnos y toma, alcanzó hasta el niño de adelante. Nos miramos, pensamos en una espera de media hora y en coro decidimos buscar algo más.

Apareció Codensa con un cronómetro que estaba dañado pero un padre amable que estaba esperando a su pequeño nos informó que ya iban a terminar. Esperamos, mi hijo entró solo, luego llegó una compañera y todo Codensa fue para ellos solos por diez minutos.

No sé qué pasó adentro, si lo instruyeron con tácticas al estilo La Naranja Mecánica sobre el uso decidido de aparatos eléctricos y electrónicos, sobre las virtudes de comprar electrodomésticos con los créditos de Codensa, los más caros del mercado o qué. Con su overol de técnico de Codensa salió acompañado por la mujer que lideraba la atracción y por la otra niña y empezaron a caminar por toda la ciudad. Resulta que fueron a cobrar un recibo que estaba en mora en uno de los locales de la ciudad. Qué desgracia, la experiencia educativa de Codensa incluye la vergüenza de que lleguen los chepitos de la luz a la puerta. Luego fueron a una mina y entraron por la puerta de atrás. No supe qué hicieron pero el pelado tenía cara de alegría. Finalmente volvieron a la atracción de Codensa y el niño se retiró el overol y el caso y salió con varios miles de divis y una sonrisa.

En ese momento la pareja de adultos nos sentíamos cansados y abrumados. Hicimos una parada en una atracción más o menos atractiva que hay de camino a la salida. Es un stand grande de Lego, con bloques mucho más grandes que los usuales. Este espacio da a una ventana en la que se ven muchos edificios pero el solo hecho de ver la luz natural nos empezó a dar esperanza de que esta experiencia dramática terminaría.

Finalmente llegamos a la salida, nos quitaron los brazaletes y para mi sorpresa, antes de salir a los corredores del centro comercial que se sentían como la cristalización poética de la libertad, al cruzar el umbral de la puerta de Divercity, quedamos dentro de una tienda donde venden todos los elementos deportivos y de mercadeo del Atlético Nacional de Medellín. No estoy tratando de inventarme un final extraño. Estábamos ante los balones, las camisetas, los banderines y demás efectos publicitarios del Verde de la Montaña. No me pregunten por qué.