Cuando
me preguntaban, antes de salir de Colombia, sobre lo qué íbamos a hacer en
nuestro viaje, contestaba que teníamos la idea de darle la vuelta al Mundo
durante más de un año, trabajando sin remuneración en granjas orgánicas a
cambio de comida, techo y aprendizaje (en ese orden) a través de una red
mundial llamada WWOOF (world wide
oportunities on organic farms) que por su sigla en inglés traduce: oportunidades en granjas orgánicas en todo
el mundo – www.wwoof.net
Era
la explicación que podía dar en ese momento porque sólo había consultado lo que
había en Internet sobre WWOOF y mi estructura de ese momento me permitía asumir
la aventura como una especie de negocio en el que era evidente la
conmutatividad entre lo que dábamos y lo que recibíamos.
Ahora
llevamos dos semanas como wwoofeadores en esta granja, un mes donde el gran
Philippe, tres semanas en Córcega y poco a poco he ido viendo que, como
siempre, voy por lana y además de no salir trasquilado, encuentro una cantidad
de aprendizajes tan inesperados como valiosos.
He
empezado a incorporar algo que intuía: no todos los intercambios atienden a la
concepción de evidente reciprocidad que deduje de las enseñanzas de mis
profesores de Derecho y he comprobado que frases como “no hay almuerzo gratis”
sólo atienden a lógicas de mercado que no son aplicables a todo el hermoso
proceso humano.
Si
se quisiera encontrar un ejemplo de lo que las teorías de negocio llaman un “gana
– gana”, nuestra wwoofeada sería uno muy bueno. Por un lado los anfitriones (hosts) reciben ayuda en
labores poco calificadas que son muy costosas en países como Francia y por el
otro, para nosotros sería impensable estar en Francia pagando hospedaje y
comidas por un tiempo tan largo.
Hasta
ahí, pues, se comprueba lo que habíamos investigado en la web y con eso habría
sido suficiente pero encuentro un gran valor en desaprender un poco las mañas
citadinas, sacarle gusto a cosas como trabajar con abejas, cortar lavanda,
echar pica y pala hasta para ir al baño, desyerbar, cosechar, untarme de tierra
y de barro, hacer callos en las manos por el trabajo con herramientas, entre
tantas otras.
También
ha sido fundamental haber conocido una cantidad de gente maravillosa,
incluyendo la que no me cayó bien como los anfitriones de Córcega y lograr ir a
sitios como Niza, Mónaco, Guillaumes, Moustier Saint Marie, el Cañón de Daluis,
Paris, Bastia y otros pueblos de Córcega como los que quedan en los bosques de
árboles de castaña, Lecture, Condom, La Romieu, Montreal, Larressingle …
Todo
lo anterior, gracias a wwoofear, termina siendo a mi manera de ver, lo más
preciado de este viaje, sin contar con que la comida ha sido deliciosa y además
hemos estado dentro de ambientes familiares que nos enseñan mucho día a día y
nos han puesto a prueba frecuentemente.
Estoy seguro que todavía me queda mucho por
descubrir en esta experiencia de wwoofeador y me encanta la idea de cambiar de
país para encontrar nuevos caminos de aprendizaje en algún lugar más al oriente
porque definitivamente Vamos a darle la vuelta al Mundo.