FICCIÓN
Cuando
vivía en Santa Marta, durante unos días salía de donde vivía y al llegar a la
carretera principal un carro había matado una mujer
que estaba trotando por la carretera. Las primeras horas uno esquivaba
el cadáver, no sé si por respeto al animal muerto o porque de pronto se dañara
o se ensuciara el carro. Muy pronto el cadáver se había vuelto como un tapete
algo húmedo y gracias al sol y al aplanamiento que causaban las llantas de los
carros y camiones que le pasaban por encima, en un par de días, la antigua mujer era como una placa seca que
pisaban todos los carros que transitaban por el lugar. Después de varias
semanas la placa se desapareció sin mayor drama o despliegue noticioso.
Esta mujer tenía ojos, podía tener hijos si era hembra, comía, dormía, extrañaba a otros perros, a otros animales y hasta a
algunos humanos.
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REALIDAD
Cuando
vivía en Santa Marta, durante unos días salía de donde vivía y al llegar a la
carretera principal un carro había matado un perro. Las primeras horas uno
esquivaba el cadáver, no sé si por respeto al animal muerto o porque de pronto
se dañara o se ensuciara el carro. Muy pronto el cadáver se había vuelto como
un tapete algo húmedo y gracias al sol y al aplanamiento que causaban las
llantas de los carros y camiones que le pasaban por encima, en un par de días,
el antiguo perro era como una placa seca que pisaban todos los carros que
transitaban por el lugar. Después de varias semanas la placa se desapareció sin
mayor drama o despliegue noticioso.
Este perro
tenía ojos, podía tener hijos si era hembra, comía, dormía, extrañaba a otros
perros, a otros animales y hasta a algunos humanos.