miércoles, 30 de noviembre de 2022

La mejor foto que he tomado en toda mi vida

 


El chulo no está pintado, está volando hacia un árbol que queda a las orillas del Río Fonce en San Gil. 

La foto fue tomada en una de las entradas laterales de la Plaza de Mercado.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

domingo, 13 de noviembre de 2022

Desgobierno en el parqueo en las vías de Barichara

El parqueo en las vías de Barichara es una de las manifestaciones del desgobierno en el tránsito y transporte del municipio.

Este fin de semana es festivo, tenemos muchas personas de visita y una gran afluencia de vehículos que no caben en el pueblo.

La solución más visible es la de unos hombres que tienen unas paletas verdes y rojas que poco o nada logran controlar el caos vehicular que se forma en las peores horas, pero que reclaman una propina por cuidar el carro.

Estas fotos fueron tomadas al anochecer de hoy domingo 13 de noviembre. Hay momentos en que el tráfico se estanca y nada se mueve.  




Peatones, motos, carros, motocarros, chivas, camiones y bicicletas buscamos pasar por un parque en el que se arman dobles y hasta triples filas de parqueo a lado y lado de la vía.

Si se aplicaran unas normas mínimas de tránsito, la situación sería diferente:

1. Parquear solo a un lado de la vía (sería necesario señalizar con prohibido parquear a un lado de la calle)

2. Parquear a más de 5 metros de las intersecciones (se podría señalizar en el andén las zonas de 5 metros)

El alcalde está facultado para intervenir en este tema, según las siguientes normas 

Probar con estas dos acciones sería un mínimo comienzo para gestionar este problema que va en ascenso ante la inactividad de las autoridades.

Ahora bien, para las épocas pico de turismo, sería plausible explorar la suscripción de un convenio interadministrativo con el municipio de San Gil que cuenta con Policía de Tránsito, para que en esos momentos álgidos, tengamos alguna autoridad de tránsito y no se convierta en un suplicio salir por las calles de Barichara cuando el pueblo está más lleno de visitantes. 

martes, 20 de septiembre de 2022

Mi posición (trivializada), quinta versión

Después de la emigración de mi familia original desde una ciudad intermedia del Viejo Caldas, nací en la ciudad capital de mi país y he vivido casi toda mi vida allí, aunque ahora vivo en un municipio pequeño y gentrificado. Al nacer, la situación económica de mi familia era retadora pero no me acuerdo de ello; mis recuerdos son de suficiencia y hasta de opulencia. En Bogotá viví en estratos 5 y 6 de las localidades de Usaquén y Chapinero. Asistí a un colegio privado, estudié en dos de las mejores universidades privadas de Colombia hasta conseguir dos posgrados, uno de ellos como magíster. Soy latino, no soy gordo aunque lo fui por más de 20 años, estoy casado con una mujer flaca, latina que también tiene un magíster y tenemos una relación heterosexual. Tenemos un hijo y vivimos los tres juntos. Nunca hemos pasado hambre o sed extremos o estructurales y siempre hemos tenido techo. Tenemos medicina prepagada, no tenemos deudas y estamos conformes con nuestros ingresos. No tengo propiedad de bienes inmuebles y tenemos un carro familiar de gama baja. No tenemos ninguna discapacidad. Las dos personas adultas de esta familia tenemos más de 40 años. Pertenecemos a un contexto católico. Soy ateo y creo que la realidad está llena de misterio y de inexplicables. Nunca he estado técnicamente desempleado. Profesionalmente me he desempeñado como asesor y consultor. Mi idioma nativo es el español, tengo un inglés avanzado y comprendo algo mínimo de francés y portugués. He lidiado con enfermedades mentales desde mi posadolescencia; están en remisión desde hace varios años; ya no habito mi existencia desde esas patologías. Mi inclinación política ha venido moviéndose en las últimas tres décadas y en la actualidad coincido con el pensamiento de izquierdas.



miércoles, 4 de mayo de 2022

Mi primera jubilación

En 2002, a los 24 años, mi siquiatra me anunció que sufría de Depresión y pocos años después ese diagnóstico se amplió hasta ajustar el que me acompañó hasta ahora: Trastorno Afectivo Bipolar y Alcoholismo. Este último me lo asigné yo mismo, gracias a haber empezado un proceso de doce pasos de Alcohólicos Anónimos, en mayo de 2006. Mi religiosidad hacia ese doble diagnóstico se fue incrementando porque la utilidad de tratarme bajo ese modelo empezó a reportarse, luego de algunos años de borrosa fe, como la posibilidad de concebir la viabilidad de mi vida.

Ser riguroso con las consecuencias de cargar con ese diagnóstico trajo costos que en mi caso han sido evidentes. Por ejemplo, mi orden con las cuentas y con la plata me han llevado a asumir un pasivo que se podría acercar a la obsesión y la neurosis, características no elogiables o deseables. Logré salir de las dramáticas deudas que asumí en episodios muy erráticos y a optar por una sana aversión al endeudamiento. Veinte años después de mi primera visita al siquiatra me reconozco por haber aprendido a cuidar la plata, sin tacañería, y acepto que el costo ha sido alto porque el Excel se puede convertir en una herramienta que gobierna sin miramientos diferentes a la dictadura de la aritmética, que es limitada dentro del proceso vital.

El año pasado, más precisamente el último trimestre de 2021 creí que estaba conociendo la felicidad, me sentía radiante, exultante. Cuando sonaba la Pequeña Serenata Diurna de Silvio Rodríguez y llegaba la parte de “¡soy feliz, soy un hombre feliz!”, la cantaba con un sentimiento desbordado y delicioso. Tuve la fantasía de que así sería mi vida para siempre, aunque con la sabiduría que he ido ganando, tenía claro que ese era un momento digno de ser disfrutado pero que, obviamente, llegarían días diferentes. No me equivoqué; salimos con Camila y Cristóbal de Barichara, donde vivimos muy bien desde más de un año atrás, para pasar un mes en Bogotá. Allá nos enteramos de una tragedia familiar y también logré cerrar dos contratos para después volver a Barichara con Cristóbal a ejecutar matricialmente el 2022. 

Sería un año de mucho trabajo y a eso se sumaba que estaba cuidando a Cristóbal sin Camila porque ella estaba atendiendo la situación familiar en Bogotá. Los horarios eran estrictos, Cristóbal notaba que trabajaba mucho y me lo reclamaba, la plata fluía, pero algo faltaba y la matriz era insuficiente. La maravillosa época de meses atrás era un hermoso recuerdo, algo deseable, evocable y repetible. En esos primeros meses de 2022 se reactivó un cliente de la empresa que desde 2019 estamos sacando adelante con José Antonio. Se empezó a cristalizar un nuevo negocio y tomé la decisión de renunciar a uno de los contratos para repetir la misma decisión con el otro, pocos días después. El 31 de marzo se terminaron los dos contratos y Camila ya estaba en Barichara. Todo eso hizo que mi sistema entrara en cierto descanso, en algún tipo de duelo y empecé a vivir algo similar a lo que se siente con la Depresión.

Las primeras sensaciones llegaron el domingo 27 de marzo. La melancolía, la irascibilidad y el desinterés eran evidentes. La sensación general no se acercaba a la horrible e incapacitante desazón que sentí en episodios depresivos profundos de años atrás, aunque hubo llanto. El último de ellos sucedió hace más de siete años. Luego de más de un año y medio sin droga siquiátrica, le permití a mi sistema recogerse, con mucho menos miedo que antes, sin forzarlo a hacer lo que no era preciso. En ese momento no tenía que lograr grandes hazañas, ni hacer grandes renuncias, necesitaba esperar hasta que se terminara esa etapa, así como se acabó en diciembre la que, por el contrario, era muy placentera.

En medio de todo esto y buscando evocar lo que había hecho con los contratos, pensé en renunciar a mi doble diagnóstico y, en buena parte, por eso empecé a escribir estas palabras. Sin embargo, la metáfora era poco poderosa porque los contratos eran coyunturales y en cambio los diagnósticos se habían convertido en una forma de vivir, en un filtro para juzgar y habitar el Universo. Gracias a una conversación peripatética con un amigote de 40 años de historia, acepté el consejo de jubilar mis diagnósticos.

La escogencia de la jubilación y no de la renuncia resulta valiosa aunque la decisión ya estaba tomada desde tiempo atrás, independientemente de la semántica. En los últimos dos o tres años, además de haber renunciado a un trabajo envidiable en Bogotá, de haber empezado una empresa de consultoría, de estar criando a un niño, de los efectos pandémicos, de mi grado como Magíster en Filosofía y de la aceptación de mi ateísmo, he seguido construyendo una pareja y me he permitido afectarme potentemente por las molecularidades y los átomos de los procesos que me rodean. Eso me ha cambiado y tal como alguien me lo dijo algunos años atrás, seguiré siendo un laboratorio vivo.

No cabe duda de que a estos dos jubilados será hermoso visitarlos, consultarlos, festejarlos, honrarlos. Tendré lealtad con mi historia. No es un archivo sino una emancipación, para ellos y para mi. Lo cierto es que tengo la posibilidad y el privilegio de vivir en otro modelo no patologizante de mi existencia. Gracias a mis diagnósticos logré una viabilidad vital admirable y por ello mi gratitud es inefable; esta parece ser una nueva época de aprender disfrutar.

Camilo Isaza Herrera

1 de mayo de 2022