viernes, 23 de noviembre de 2018

Kant y las drogas


Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Filosofía, Maestría, 2018
Seminario: Ética de Kant con Vicente Durán Casas
Trabajo final
Camilo Isaza Herrera


“Parece absurdo que el hombre pueda
ofenderse a sí mismo” (Kant, 2016, p. 282).


Alcance de la ética kantiana en el consumo excesivo de drogas


La razón por la que escribo este trabajo atiende a una preocupación que surgió de conversaciones que presencié en seminarios de la Maestría, donde algunos estudiantes afirmaban con vehemencia que el consumo excesivo de alcohol y drogas es un asunto íntimo y no puede estar sometido a ningún tipo de moralidad. De hecho, llegué a oír que resulta irrelevante moralmente si cierto personaje de la farándula se desayuna todos los días con un coctel de Margarita, porque, supuestamente, esa es una decisión libre que revela la escogencia de un estilo de vida. Al pasar por los diferentes textos revisados durante el seminario, he podido concluir que, en una postura kantiana, definitivamente, un asunto como este, no escapa al alcance de la ética. El presente trabajo se dedicará a analizar este asunto y a sustentar esta afirmación inicial.
     Para empezar es posible afirmar que “no es problemático en una ética kantiana, entender que existen deberes para consigo mismo, máxime cuando en esta teoría juega un papel definitorio, el representar a la humanidad como un fin en sí misma[1] (Gregor, 1963, p. 349). Si la humanidad es un fin en sí misma, todos los detentadores de esa humanidad como concepto y todos los miembros de esa humanidad como conjunto, somos un fin en nosotros mismos. De entrada, pues, se encuentra un primer argumento para sostener con solvencia que en una ética kanitiana, es coherente la existencia y la defensa de los deberes hacia sí mismo. Gregor afirma que la “base de los deberes para conmigo mismo debería ser el perfecto valor general de mi propia humanidad (o la capacidad de humanidad en mí), en alianza con mi ser espacialmente posicionado tanto para ser negligente como para encargarme de mis propios asuntos. No hay nada que pueda hacer para liberarme de ningún deber que me ha sido así impuesto”[2] (1963, p. 356). Es de resaltar que la libertad moral juega un papel decisivo en la existencia de los deberes hacia sí mismo. El ser humano tiene la posibilidad de cumplir o de incumplir sus deberes para consigo mismo.
     Pero estos deberes no necesariamente, a simple vista, tendrían que estar relacionados con estatuir una auto prohibición de un consumo dañino de drogas y alcohol, ello es imponerse el deber de abstenerse de hacerse daño con estas sustancias. En adelante las llamaré drogas porque los efectos psicológicos, sociales, familiares y corporales de las drogas y del alcohol, son similares, pese a que este se encuentra legalizado en Occidente y aquellas no. Con esto lo que quiero significar es que el alcohol es una droga más. Continuaré pues con el análisis.
     Sin embargo, bajo esta concepción de la humanidad como fin en sí misma, es evidente que el ser humano puede legislar “principios relacionados cono la manera en que los individuos se tratan a sí mismos” entonces hay cabida para los deberes para consigo mismo, dentro de una concepción social de la moralidad”[3] (Gregor, 1963, p. 369). No es necesario señalar que Kant no tiene una concepción intersubjetiva de la ética. Siendo social, se puede seguir afirmando la posibilidad de los auto deberes.
     Ahora bien, vale la pena traer a colación una afirmación contundente que se encuentra al comienzo de la Doctrina de la ética elemental de la Metafísica de la Costumbres, cuando trata lo atinente a los Deberes hacia sí mismo en general. Kant sostiene lo siguiente:
“yo no puedo reconocer que estoy obligado a otros más que en la medida en que me obligo a mí mismo: porque la ley en virtud de la cual yo me considero obligado, procede en todos los casos de mi propia razón práctica, por la que soy coaccionado, siendo a la vez el que me coacciono a mí mismo.” (Kant, 2016, p. 275)
    Por un lado, la procedencia de la ley por la cual un ser humano se obliga, se halla en su propia razón. No se encuentra afuera, ni en la experiencia sensible, no es relevante una comprobación empírica para sostener con tranquilidad que esa ley existe y es de obligatorio cumplimiento. Esta ley tiene que ser el Imperativo Categórico.[4] De las diversas formulas de este, he escogido la que creo que más se ajusta a la materia que se está tratando: Obra “de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca simplemente como un medio” (Kant, 2005, p. 117). La humanidad está presente en cada persona y la única posibilidad que la razón podría considerar sería la de honrar a la humanidad. La razón no podría querer que un ser humano se haga daño a sí mismo. Esto no quiere decir que los seres humanos no se puedan hacer daño a sí mismos, como evidentemente ocurre. Lo que quiere decir es que moralmente no es aceptable auto infringirse daños. Es así, como “los deberes para con uno mismo y la libertad moral, vienen juntos”[5] (Gregor, 1963, p. 378).
     El consumo de drogas busca placer o como dice Kant, “se hace tentador porque con ello se produce por un instante la felicidad soñada, la liberación de las preocupaciones, incluso también una fuerza imaginaria; sin embargo, es dañino porque comporta después abatimiento y debilidad y, lo que es peor, la necesidad de ingerir de nuevo este estupefaciente, e incluso aumentar la cantidad.” (2016, p. 289). Este placer que causan las drogas hace que el ser humano que las consume, se ponga en la posición de medio para la obtención de ese placer y por ende usa a la humanidad como medio, la cosifica. Este comportamiento es a todas luces inaceptable moralmente y la razón misma lo denunciará pese a que el sujeto siga consumiendo drogas de forma dañina. Refiriéndose a la conciencia moral, Kant afirma que el ser humano “puede llegar en su extrema depravación hasta no hacerle ningún caso pero, sin embargo, no puede dejar de oirla” (Kant, 2016, p. 303). Esto ocurre porque la razón no deja de existir, no deja de operar por ningún motivo y la ley universal permanece vigente sin importar las eventualidades que acaezcan.
     En segundo lugar, con respecto a lo sostenido por Gregor, citado arriba, es importante detenerse en lo referente a la coacción que la razón práctica ejerce sobre el ser humano. “Todo concepto de deber encierra una coerción objetiva de la ley” (Kant, 2016, p. 302). Esta coacción es ejercida por el mismo sujeto sobre sí mismo. Así resulta plausible afirmar que si el sujeto mismo se coacciona, esta actividad la desarrolla en cumplimiento de un deber. En el caso del consumo de drogas, el deber podría ser el de no hacerse daño con ellas. En este punto es importante abordar el planteamiento que hábilmente hace Kant con respecto a una posible antinomia que podría haber en el concepto de deber hacía sí mismo. No es muy extensa la forma en que el autor tramita esta posible contradicción y termina por afirmar que no existe tal, bajo el entendido de que “el hombre (considerado en doble sentido) puede reconocer un deber hacia sí mismo, sin caer en contradicción consigo (porque no se piensa el concepto de hombre en uno y el mismo sentido)” (Kant, 2016, p. 276).
     Continuando con este análisis, vale recordar la división objetiva de los deberes hacia sí mismo, que hace el autor. Para el cometido de este trabajo no se hará alusión a los deberes positivos. En esta ocasión se hará referencia a los deberes negativos que prohíben al ser humano “en lo que respecta al fin de su naturaleza, obrar contra él y persiguen, por tanto, solo la autoconservación moral” y no la perfección moral, como si lo hacen los primeros (Kant, 2016, p. 277). Los deberes negativos buscan erigirse como derrotero moral para reprochar éticamente comportamientos tan dañinos como “el suicidio, el uso contranatural que alguien hace de la inclinación sexual, y el disfrute inmoderado de los alimentos, que debilita la capacidad de usar adecuadamente las propias fuerzas” (Kant, 2016, p. 278). En este último grupo se encuentra el consumo de drogas, pese a que en esta formulación no es explícito.
      Aunque el suicidio y la auto mutilación pueden tener consecuencias similares al consumo desmedido de drogas, para que haya rigor en la aplicación de la doctrina kantiana, nos remitiremos al desarrollo que el autor hace sobre el aturdimiento por el uso inmoderado de la bebida o la comida que se encuentra en la Doctrina ética elemental, específicamente en el capítulo titulado El deber del hombre para consigo mismo, considerado como un ser animal, que perteneces al libro de los Deberes perfectos para consigo mismo. En este apartado, el autor excluye las evidentes consecuencias fisiológicas y físicas del uso inmoderado de las drogas y se dedica a las consecuencias morales de la siguiente forma:
En el estado de embriaguez ha de tratarse al hombre como a un animal, no como hombre … Es evidente que ponerse en tal estado supone violar un deber para consigo mismo. La primera de estas degradaciones, incluso por debajo de la naturaleza animal, se produce habitualmente por bebidas fermentadas, pero también por otros medios estupefacientes, como el opio y otros productos del reino vegetal (Kant, 2016, p. 289)
La consecuencia moral del consumo desordenado de drogas es rebajarse a un punto que la razón no podría admitir. No lo podría hacer porque la máxima de ese proceder no es susceptible de convertirse en ley universal, porque ofende a la humanidad, porque la convierte en un medio para lograr un placer, que dicho sea de paso, es dudoso cuando el consumo es excesivo y constante.
Ahora bien, para terminar de comentar la primera afirmación de Gregor citada en este trabajo, es necesario anotar que uno de los aspectos más importantes de los deberes hacia sí mismo consiste en que, para actuar moralmente, el sujeto tiene que estar en capacidad de constreñirse en el cumplimiento de estos. Si ello no ocurre, se pone en entredicho su posibilidad de actuar como sujeto moral intersubjetivo. Gregor lo explica de la siguiente manera: “en algún sentido, todos los deberes son deberes para consigo mismo porque el agente debe usar sus poderes de autoconstreñimiento, que son el presupuesto de cualquier deber para reconocer y aceptar absolutamente, cualquier deber”[6] (Gregor, 1963, p. 376). En este orden de ideas, pese a que estos deberes parecen versar sobre comportamientos cotidianos donde podría fácilmente predicarse una intimidad irrelevante para la moralidad, su relevancia es enorme en el proceder ético de las personas ya que de ellos parece depender la posibilidad de cumplir los deberes para con los demás.
     A manera de conclusión, debe quedar claro que “todos los seres humanos, incluso quienes han cometido los peores delitos o quienes tienen logros muy moderados, poseen dignidad humana y por ende derechos. Estos modestos o tramposos agentes deben tratarse a sí mismos con respecto al igual que los demás los debemos tratar de igual forma. Este tratamiento reconoce su dignidad y sus derechos”[7] (Gregor, 1963, p. 379). Igualmente, quienes consumen drogas de manera desordenada y excesiva conservan intacta su dignidad humana aunque no así sus facultades para ejercerla y honrarla. El consumidor fuerte de drogas se degrada y se habitúa a no cumplir sus deberes, porque al no cumplir los que tiene hacía sí mismo, es muy posible que dejará de cumplir los que tiene hacia los demás.


REFERENCIAS
Kant, E. (2016). Metafísica de las costumbres. Madrid: Tecnos
Kant, E. (2005). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Madrid: Tecnos
Gregor, M. (1963) Laws of Freedom. A Study of Kant´s Method Applying the Categorical Imperative in the Metaphisik der Sitten. Oxford: Basil Blackwell


[1] Traducción Libre
[2] Traducción Libre
[3] Traducción Libre
[4] “La doctrina kantiana de los deberes para con uno mismo puede ser una directa aplicación de la idea de respeto por las personas, donde la persona respetada es el mismo agente moral”  (Gregor, 1963, p. 378).
[5] Traducción Libre
[6] Traducción Libre
[7] Traducción Libre

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