miércoles, 21 de noviembre de 2018

Una arquitectura

Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Filosofía, Maestría, 2018
Heterogénesis de las formas sensibles: Seminario sobre Diferencia y repetición
de Gilles Deleuze con Nicolás Alvarado Castillo
Trabajo final
Camilo Isaza Herrera

La arquitectura comprende la posibilidad de imaginar nuevas ecologías y etologías, dirigidas a recombinar edificios, gente y cosas (Frichot y Loo, 2013, p. 3). De esta forma, en el presente escrito consideraré como arquitectura a una actividad constructiva que crea espacios y tiempos. No daré mayor relevancia a si las diferentes arquitecturas se pueden considerar como arte, mayor o menor[1], o si son meramente técnicas.
     Con lo anterior quiero decir que consideraré como arquitectura a la de un barrio de invasión, con sus latas, retazos de teja, caminos polvorientos o llenos de barro y servicios domiciliarios informales. Igualmente tendré por arquitectura a la de la planta física de una universidad, las instalaciones institucionales públicas y privadas y las viviendas y conjuntos más o menos planeados. En suma, sea técnica, arte u otro dominio, esta arquitectura es un problema estético porque pasa por la experiencia sensible.
     En este trabajo construiré una hilación argumentativa en la que, en primera instancia recogeré algunos elementos clave de la filosofía deleuziana y en especial la que se sustrae de Diferencia y Repetición (DR). En ese recorrido los relacionaré con lo que he llamado arquitectura en este escrito y finalmente haré un intento por atribuirle a la arquitectura cierta relación con la Filosofía e incluso con la política.
     El sujeto que se concibe en DR es uno específico, que tiene que ser tenido en cuenta al momento de pensar una arquitectura que responda a los postulados de este trabajo de Deleuze. El individuo no cesa de dividirse  (Sauvagnargues, 2006, p. 25) mientras sea individuo. Cada diferencia es constitutiva de una escisión del ser. El “yo no es personal ni sustancial, y tampoco los caracteres de la subsistencia, de la unidad o de la identidad consigo mismo” (Sauvagnargues, 2006, p. 24).
     Las larvas que componen a un sujeto, la multiplicidad de tiempos y espacios que puede haber en un solo ser humano, son tremendamente atractivos y sugestivos para empezar a elaborar una secuela arquitectónica de DR. Vale decir que no será suficiente para la arquitectura, solo considerar al ser humano como sujeto, sino que esta denominación se verá obligadamente ampliada a los demás elementos que interactúan en la tarea de construir edificios, ciudades o viviendas.  
El estatuto animal es, en Deleuze, plenamente metafísico, en el sentido de que transforma la comprensión de lo humano y permite descartar la idea de una esencia invariante y personal para adoptar, en cambio, una etología de los afectos y una pluralidad de los modos culturales de subjetivación. Corresponde al arte explorar esas zonas de indiscernibilidad en las que lo humano y lo animal intercambian sus propiedades, para poder así captar bien de cerca los devenires que afectan a las culturas (Sauvagnargues, 2006, p. 14).
     Acudir a la animalidad podría resultar forzado, pero hay una razón de peso para no abstenerse de hacerlo. La relación del ser humano con los animales y con su propia animalidad es un fructífero punto de partida para atribuirles cierta alma, no en un sentido antiguo, y de esta manera extrapolar esta característica a los objetos y a los mismos edificios o a una calle.
     Sería digno de un arquitecto deleuziano que solo hubiera leído DR, hacer un esfuerzo por otorgar un estatuto no inerte a los materiales con los que trabaja y a las creaciones que surgen de un acoplamiento de series heterogéneas o de la creación de ellas a manera de estructuras. En algún sentido se podría considerar que una función de la arquitectura es la de generar un fenómeno, un signo, que evidencie las intersecciones de series como podrían ser las personas, los materiales y las mismas técnicas constructivas.
     En este orden, es pertinente lo planteado por Sauvagnargues cuando afirma que “si no cabe separar al hombre de los demás seres vivos por una diferencia de principio, tampoco es indicado aislar al viviente de lo material por un corte que escinda lo animado de lo inanimado” (2006, p. 15). Siendo así, podríamos decir que así como al arte le corresponde explorar lo que no es fácilmente clasificable como animal o como humano, a la arquitectura le corresponde la misma tarea adicionando un elemento más como los objetos. Es allí en donde la arquitectura debe lidiar con estos tres ámbitos, al menos, para crear espacios y tiempos.
     Para lograr este cometido de exploración que de cuenta de lo humano, de lo animal y de los objetos, es necesario ampliar las posibilidades de subjetividad de manera arriesgada. Además de la subjetividad humana, será necesario considerar una subjetividad animal y yendo más lejos, una subjetividad de lo inerte. Los objetos son uno de los conjuntos de componentes que definen el trabajo arquitectónico. “En Deleuze, no solo la vida es inorgánica: se trata de abrir el análisis de la subjetividad a los modos vitales no humanos” (Sauvagnargues, 2006, p. 16).
     De esta forma, no se trata de atribuir características humanas ni animales a los objetos inertes. El cometido no sería el de establecer algún tipo de comunicación con los objetos para indagar sobre cómo quieren participar del proceso arquitectónico. Claro que no. En cambio el objetivo si es el de considerar que en los objetos hay ciertos procesos que igualmente experimentan indivuduaciones o preindividualidades como consecuencia de diferencias intensivas. Si esto ocurre, al igual que en lo humano, este proceso es previo al de la subjetivación y en este no necesariamente participa una capacidad volitiva o si quiera consciente. En palabras de Brott, el asunto no es “que las ciudades, los edificios o los interiores se conviertan en personas, pero la arquitectura trabaja a través de adentrarse en procesos anónimos de subjetivación o dicho en otras palabras, en la producción de efectos que dan cuenta de una multidimensionalidad[2]” (2011, p. 3)
     En consonancia con lo anterior cabe resaltar que la “síntesis constituyente no es, … un acto de espontaneidad consciente. Corresponde a un ethos, a un habitusque incluye, de manera provocativa, no solo a los animales y vegetales, sino a las cualidades mismas” (Sauvagnargues, 2006, p. 19). En este orden, la mencionada síntesis que constituye lo humano o los procesos y resultados de lo humano pueden ser menos controladas de lo que los humanos creemos que son. Es en este sentido, el estatuto de lo inerte está igualmente sometido a lo espontáneo, tanto como lo humano y como lo animal.
     Aunado a lo anterior, vale decir que la creación de esa repetición, de ese hábito que delata sus diferencias en cada repetición, es la cristalización de una subjetivación. “Contraer un hábito es volverse sujeto, y el trigo no es menos sujeto que el hombre, en la medida en que toda ´prensión`, toda captura de fuerza, es un acto de individuación intensa” (Sauvagnargues, 2006, p. 22). La individuación intensiva que se da en el huevo es un ejemplo elocuente para afirmar la individuación que se podría predicar de un edificio o de una casa de latas, así como la individuación de los componentes de un mobiliario urbano. Se podría sugerir una diferencia de grado en la individuación de un objeto inerte ya que en este la repetición puede delatarse fácilmente como desnuda, lo que usualmente no ocurre con el comportamiento humano.
     La individuación, tanto animal como humana, así como la de los objetos, es el resultado de un proceso de aglutinamiento de masa que toma cierta forma y en un momento posterior, esa forma consistente llega a ser consciente de esta individuación, lo que podría señalarse como la obtención del hábito. En otras palabras, la “individuación indica en qué condiciones cierta suma de compuestos materiales adquiere la consistencia de sujeto; la subjetividad indica en qué condiciones cierta individuación se experimenta a sí misma” (Sauvagnargues, 2006, p. 22). Podríamos decir que un edificio se experimenta a sí mismo, desde algún punto de vista en el que no se pretende otorgarle características humanas, pero un edificio puede reportar su propia conciencia a través de la interacción con los humanos.
     Continuando con el cometido de encontrar afinidades entre las personas, los edificios y las cosas o los objetos, es posible reducir sus componentes a lo más básico. Esto no quiere decir que los tres conjuntos dejen de ser series heterogéneas. Lo son, y las síntesis pasivas ocurren de manera diferente en cada uno de esos conjuntos, la individuación y la subjetivación son muy distintas en cada uno de los conjuntos, pero hay algo común que puede ser un punto de partida para la arquitectura. Deleuze anota que somos “agua, tierra, luz y aire contraídos, no solo antes de reconocerlos o de representarlos, sino antes de sentirlos. Todo organismo es en sus elementos receptivos y perceptivos, pero también en sus vísceras, una suma de contradicciones, retenciones y esperas” (Deleuze, 2002, p. 123). Tanto un edificio, como una cama de mampostería, pasando por los muebles de cualquier hogar, al igual que un perro y los humanos, somos fragmentos y recomposiciones de los mencionados elementos primarios.  
     Ahora bien, el alma que mencioné al comienzo de este escrito, y que debe ser atribuida a todos los productos de las individuaciones y las subjetivaciones, no es un alma religiosa, no es un alma antigua que posa como motor de ciertos resultados. No es un alma donde, por ejemplo, estén alojados los sentimientos o alguna suerte de sustancia espiritual. El alma a la que hago referencia no tiene una actividad. Dicho de otra manera, hay “que atribuir un alma al corazón, a los músculos, a los nervios, a las células, pero un alma contemplativa cuyo papel es contraer un hábito” (Sauvagnargues, 2006, p. 23). En este orden de ideas, si esta alma pasiva es atribuible a los músculos y a las células, tiene que serlo también a los objetos y a los edificios. Todos los elementos de las series heterogéneas que se relacionan en la arquitectura tienen este tipo de alma. 
     Bien lo explica el mismo Deleuze, el “hábito es en su esencia, contracción” (2002, p. 124). Un alma contrae los hábitos de los seres humanos, de los edificios, de las cosas. Es el alma la encargada de subjetivar a través de la contemplación y no de una acción u agencia.  Y continúa Deleuze, a “la vez, contrayendo somos hábitos, pero es por medio de la contemplación que contraemos hábitos. Somos contemplaciones, somos imaginaciones somos generalidades, somos pretensiones, somos satisfacciones” (2002, p. 125). En este orden, si la contemplación es el camino en el alma humana, también lo es en el alma de las demás cosas.
     Por otro lado, resulta necesario considerar las condiciones para que en la arquitectura, sean posibles las individuaciones e incluso las subjetivaciones que surgen gracias a la “comunicación entre series distintas”, heterogéneas, inconexas (Sauvagnargues, 2006, pp. 30 y 33). Esta condición se encuentra en la disparidad que se desarrolla en campos no inertes. Es fundamental que en el campo en que se desarrolla la individuación, haya posibilidades, que exista la potencialidad de cambiar. En resumen, “existe una 'condición previa de la individuación', que es la existencia de esa 'diferencia fundamental', ese estado de disimetría que define a un sistema metaestable” (Sauvagnargues, 2006, p. 29).
     La arquitectura produce signos, produce fenómenos que pasan por la experiencia sensible. La diferencia es fundamental en la producción de los fenómenos arquitectónicos y está latente para producir la individuación que resulta de los acoplamientos de series inconexas. “La individuación, la producción de un fenómeno cualquiera, es tributaria de una descripción física de intensidades que fulguran en un campo animado por una diferencia potencial.” (Sauvagnargues, 2006, p. 30)
     Deleuze en sus investigaciones logró usar de la mejor manera lo planteado por Simondon para replantear lo referente a la subjetividad y a la individuación.
“Deleuze se apodera de esa teoría de la individuación, por diferenciación intensiva: incluye una teoría del signo y de la señal como diferencia de potencia, como diferencia intensiva, y una filosofía de la naturaleza que hace de la diferencia el principio trascendental de la diferenciación.” (Sauvagnargues, 2006, p. 30)
     En este orden cabe señalar que la diferenciación, también en la arquitectura, ocurre gracias a una diferencia de intensidades que debería arrojar resultados diversos. La uniformidad arquitectónica puede no estar teniendo en cuenta esas disparidades que son potencia de creación de múltiples soluciones arquitectónicas y que pueden impactar de alguna manera a la política y a la misma filosofía.
     Una hipótesis es que la uniformidad es una estrategia para no permitirle a los seres humanos explorar nuevas formas de arquitectura y de esta manera no escuchar lo que tienen que decir los materiales, las cosas o los edificios. Hay una versión no contada de la arquitectura que vale la pena rescatar. “La arquitectura no es simplemente aquello que quedó hecho o planeado o lo que fue dibujado o construido. Ella también crea alteraciones y condiciones entrelazando campos subjetivados[3]” (Brott, 2011, p. 2)
     Lo anterior se refiere a la arquitectura como un asunto más amplio que solo diseño y construcción para la funcionalidad. Se refiere a la posibilidad de entrelazar ámbitos diversos. Se refiere a la posibilidad de crear fenómenos y signos, tal como lo hacen en el arte, las instalaciones y los performance. Para realmente crear espacios y tiempos con sentido, la arquitectura se debe plantear un problema a resolver; sea un problema arquitectónico o sea un problema de otro ámbito como podría ser el político o el filosófico.
     La solución a este problema produce una nueva carga problemática que no se agota y que en cada nueva solución tendrá los insumos para una nueva gama de problematizaciones. Esa sería una arquitectura que podría influir en lo político y en lo filosófico. No como creadora de conceptos que es una tarea exclusiva del filósofo no como actora política. Pero podría despertar inspiraciones en los actores políticos y en los filósofos.
     En últimas, al estar la arquitectura tan presente en la vida cotidiana, tiene amplias posibilidades de influir en el pensamiento de los seres humanos, de influir en los animales, de influir en la suerte, como individuación o subjetivación, de los objetos y de las cosas. Volviendo sobre la afirmación de Brott, vale reiterar que la arquitectura no es solo lo que quedó hecho o lo que fue planeado. La arquitectura puede encontrarse con toda realidad en lo virtual que “designa la parte no actual de la realidad” (Sauvagnargues, 2006, p. 17). La arquitectura puede cambiar realidades, estando constituida como idea, “la cual no debe ser confundida con una representación mental, ya que el término designa un complejo virtual diferenciado” (Sauvagnargues, 2006, p. 35)
     Una idea arquitectónica que nunca se diseñó o que nunca se ejecutó, forma parte de la arquitectura. Puede ser el motor de creaciones arquitectónicas posteriores que se basan en la imposibilidad de haberse ejecutado físicamente. Las razones para que cierta idea no haya adquirido actualidad puede estar marcada por razones filosóficas y políticas que eran susceptibles de ser cambiadas, pero no cambiaron. O en otro escenario, las razones políticas y filosóficas, pudieron ser el mejor argumento para proteger algún valor que no debía cambiar.

REFERENCIAS
Deleuze, G. (2002). Diferencia y repetición. Buenos Aires: Amorrortu
Sauvagnaurges, A. (2006). Deleuze. Del Animal al arte. Buenos Aires: Amorrortu
Frichot, H. y Loo, S. (Ed.) (2013), Deleuze and Architecture. Edimburgo: EUP
Brott, S. (2011). Architecture for a free subjectivity: Deleuze and Guattari
at the horizon of the real. Farnham: Ashgate


[1]Para Deleuze, “las obras menores son interesantes porque no reproducen las reglas, sino que las constituyen” (Sauvagnargues, 2006, p. 60)
[2]Traducción libre
[3]Traducción libre

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