lunes, 15 de julio de 2013

Italia y filas


Habiendo pasado por Milán ,Roma y Livorno, quedé maravillado con Italia, por su arquitectura, el urbanismo es impecable, las ciudades funcionan sin ostentar una asepsia despedidora, los sistemas de transporte son dignos, en fin, parece un lugar en el que la gente vive bien; es un país amable con el turista.

Al llegar al Vaticano, el sol reflejado en la blancura y la majestuosidad de su plaza me abrumaron no se si positivamente. Inmediatamente empezamos el camino de entrada a la Basílica de San Pedro. Fue una fila larga, muy desorganizada y para rematar, en la parte final, donde se pasa por los controles de seguridad, fue indignante porque era preciso empujarse, amablemente, con gente de todo el Mundo para entrar a uno de los grandes íconos de la Iglesia Católica.

Este tema se me ha convertido en una reflexión permanente, casi en una obsesión, pero no el de la Iglesia Católica y sus contradicciones sino el de las filas, el de hacer cola.

Siento cierta veneración por las filas porque presiento que allí reposa una buena parte de la vida organizada en sociedad. En la cola para entrar a la Basílica me quedé mirando fijamente a dos mujeres de edad media, rubias y risueñas, que se estaban colando, ayudadas por la precaria logística clerical, y una de ellas me alzó las cejas retadoramente; simplemente dejé pasar el incidente.

Pasaron dos cosas por mi mente, la primera fue un impulso por sentarme a hablar con ellas, en tono adoctrinante, sobre la importancia de las filas como herramienta de organización y, porqué no, de distribución, pero me abstuve debido a que si hiciera este ejercicio cada que veo una infracción a las normas sociales, sería desgastante y posiblemente ineficaz o, en el peor de los casos, me metería en discusiones airadas y definitivamente, “prefiero evitar la fatiga”

La segunda es que me he dado cuenta que muchos de los comportamientos reprochables que por años he atribuido exclusivamente a nosotros los colombianos, los veo en todas partes del mundo y con gente de todas las nacionalidades. Por ejemplo, el desembarco de un avión es igual de desenfrenado en Milán, en Amsterdam, en Delhi y en San José del Guaviare; muchos quieren salir de primeros y saltarse la fila, pareciera que algunos llevaran un “mejor” afán pero usualmente tienen la misma premura que los demás y creo que ahí está el meollo del asunto.

Cuando me salto la cola estoy mandando el mensaje de que mis intereses son más importantes que los intereses de los otros: Yo debo llegar primero porque esto, Yo debo recibir algo antes que los demás porque lo otro, Yo tengo mejores derechos porque mi familia es X …; muy rara vez hay argumentos válidos para volarse una fila y cuando existen, las organizaciones admiten excepciones como edad, embarazo, discapacidad, entre otros.

Hacer fila puede llegar a ser un reto valioso para cultivar la paciencia y para hacer mayor conciencia de mi relación con los demás y como elemento de orden para la sociedad es una actividad fundamental y obligatoria para generar paz y entendimiento.

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