domingo, 1 de diciembre de 2013

Janucá

Camila, Ram y Yo (en la cámara) en una noche de Janucá

El viernes por la noche (sabbat) estuvimos en una comida de Janucá con la familia de Ram, este nuevo amigo que, amorosamente, nos ha tenido en su finca desde el comienzo de octubre. Estuvimos con sus dos hijos, su mamá, su hermana, su cuñado, sus tres sobrinos, dos de ellos con sus parejas y con su sobrina nieta. Cualquier descripción de la calurosa acogida que nos dio toda la familia se va a quedar corta porque los abrazos y besos que recibimos a la llegada y a la despedida se sintieron en el alma.

Es evidente que a Camila y a Mí nos gustan los momentos en familia y ni se diga cuando se trata de los desayunos de mi familia o de los almuerzos con la de ella. Está por venir el fin de año y pese a mi presunta iconoclastia, el 24 y el 31 de diciembre voy a sentir la cercanía con todos los que amo en Colombia y seguramente se me saldrán varias lágrimas por la añoranza de dar y recibir esos abrazos y besos que vamos a intercambiar con Camila y con más personas maravillosas que seguirán apareciendo en esta Vuelta al Mundo, en este Viaje de los Sueños.

En la comida estábamos conversando con el menor de los sobrinos de Ram que debe tener algo menos de veinticinco años y estuvo viajando por Sur América al terminar su servicio militar, tal como lo hacen muchos jóvenes israelitas. En ese periplo, él estuvo en Colombia y le encantó, de hecho tenía en su tobillo una pulsera con los colores de nuestra bandera. Hablaba de Colombia y se le iluminaba la cara, se le veía una gran sonrisa que, a mi juicio, no se compadecía de lo que le ocurrió.

Resulta que estuvo unos días en Taganga y una noche, tarde, iba caminando por la playa con un amigo cuando se acercaron varios adolescentes que los encañonaron con armas de fuego y los atracaron. Las pérdidas sólo fueron materiales y ello no fue suficiente para que él dejara de exaltar la belleza de nuestro País, del cual sentí vergüenza al oír la historia.

Ese país en el que lo matan a uno por robarle un celular, por atravesársele a los mafiosos de todas las estirpes, por una pelea de tránsito, por una bala perdida, por “sapo”, por estar “mal parado” o por mala suerte cuando la guerra así lo decide.

Siendo sincero, eso es lo único que me aleja de Colombia. La inconsciencia de los políticos y de quienes detentan el poder económico, que no es patrimonio exclusivo de nuestro País, me resultaría irrelevante si no nos matáramos tanto.

Y al estar con familias hermosas como las que hemos conocido en Israel y como las nuestras y no poder ir a darle un abrazo a mi Mamá porque nos separan más de once mil quinientos kilómetros, creo que entiendo lo que es el amor. El amor es el que me hace querer volver a Colombia para establecernos luego de este viaje y así estar cerca de nuestras familias y poderles dar los besos y los abrazos que nunca serán realidad gracias a la tecnología que es decisiva para estar cerca.

El amor hace que voluntariamente quiera volver a Colombia donde vivo con miedo de morir o de que maten a los que amo.

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