Cuando estamos descansando del trabajo en las granjas, cada vez hacemos menos “turismo tradicional”, por ponerle un nombre a visitar monumentos, lugares históricos y museos, montar en buses de dos pisos con audífonos y esas cosas. Nunca hemos caído en lo de perseguir a un guía que ondea una banderita y que pareciera satisfacer cierto morboso instinto pastoril, aunque en la Ciudad Antigua de Jerusalén hicimos un pequeño tour guiado.
No me cabe duda que me gustó más pasar un rato largo caminando por el mercado popular de esa ciudad http://en.wikipedia.org/wiki/Mahane_Yehuda_Market , que hacer la fila y pagar por entrar a la Basílica de San Pedro en el Vaticano, por ejemplo.
Es muy chévere ir de noche a ese mercado porque hay una zona
donde están abiertos varios restaurantes, cafés y bares que además de atender
la jornada diurna mezclados con el agite de la plaza, también atienden hasta
altas horas con muy buena comida, trago y música.
Es así como un momento memorable de este viaje fue al
comienzo de octubre, cuando salimos del hotel en Estambul y nos encontramos con
los vendedores ambulantes que ofrecían jugo de granada y castañas asadas. Hasta
ese momento mi referencia más cercana de la granada era la de oro que está en
el escudo de Colombia y que recuerda su antiguo nombre, Nueva Granada. Por su parte,
pocas semanas antes habíamos comido castañas en hojuelas en los Alpes Marítimos
de Francia, con Philippe,
en una inolvidable sopa endulzada con miel y saborizada con carob, un sustituto del chocolate que
sale del fruto del algarrobo.
Ante tanta delicia, no perdonamos la ración de media mañana
mientras estuvimos en la antigua Constantinopla. Compartíamos un paquetico de
castañas con sendos vasos de jugo y sin reparos, repetíamos jugo por la tarde.
Además de otros maravillosos dulces y espumados de
chocolate, en Hafiz Mustafá 1864 de
Estambul nos deleitamos con el mejor Knafe, un postre sublime que hemos seguido
comiendo en Israel pero el de allí se lleva todos los premios http://www.tripadvisor.com/LocationPhotoDirectLink-g293974-d1749881-i66042583-Hafiz_Mustafa_1864-Istanbul.html
Ahora bien, debo ser sincero, el museo de Louvre lo ojeé
rápidamente porque estaba pensando en el almuerzo; en Paris es difícil
encontrar un restaurante malo. Además, ver tantas piezas de todas partes del
mundo que no se bien cómo se las apropiaron los franceses y presenciar la opulencia
insultante de los apartamentos de Napoleón, me generó cierta molestia que
preferí evadir con buena comida.
Por cierto, he llegado a la conclusión de que buena parte de
los atractivos turísticos son recuerdos de las guerras, de la violencia, de la
inconsciencia y de las “traquetadas” de los mandamás religiosos, políticos o
económicos, así como la Hacienda Nápoles, convertida en parque temático y que
era la insigne propiedad de uno de los lamentables y recientes reyes de
Colombia quien ahora es remembrado como el principal protagonista del
narcoturismo que tanto indigna a muchos de mis compatriotas.
Prefiero parar porque me desboco y para no meterme en terrenos
minados seguiré por las rutas de los sabores, de los olores, de las texturas,
de las costumbres, de los transeúntes, de los locales y de cosas que, felizmente,
me dejan un mejor recuerdo en la boca y en el alma.
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