sábado, 17 de julio de 2021

Respuesta a la columna de Carlos Granés

De la identidad a la modernización y vuelta a empezar

Carlos Granés

Columnista del Espectador

Respuesta a la columna

Camilo Isaza Herrera

Blogger de mundoround

Después de sumergirse en la historia del pensamiento latinoamericano, el profesor Eduardo Devés llegó a una conclusión sugerente: tenemos manías cíclicas. (De acuerdo con Déves, el recorrido y el aprendizaje de los pueblos es cíclico y a veces es maniático.) De repente,  nos asalta una duda atroz sobre nuestra propia identidad (No es de repente, es el resultado de un proceso), buscamos desesperadamente nuestro espejo en el pasado (claro, somos el resultado de un proceso criminal de colonización que rompió el espejo, rompió con la identidad), izamos banderas que niegan lo extranjero (negar lo extranjero es imposible porque tenemos mucho de extranjeros)  y durante algunos años nos regodeamos en la exaltación del americanismo, del criollismo, del indigenismo, (esta empresa del americanismo, del criollismo, del indigenismo no debe ser ridiculizada. Como búsqueda de la identidad actual pueden ser muy valiosas y productivas) de la economía hacia adentro, del estatismo o de algún otro proyecto que mantenga a raya al imperio, al capitalismo sajón, a la contaminación cultural, al Pato Donald o al conquistador español (pues claro, Carlos, todos ellos son los opresores históricos de latinoamérica y reaccionar ante ellos es mera dignidad). Pero de pronto, por lo general después de un cataclismo económico o cuando todos estos elementos identitarios acaban instrumentalizados por algún tirano nacionalista, nos sacudimos de los símbolos y de las nostalgias e iniciamos una fase modernizadora. (Estás afirmando que la modernización y la búsqueda de identidad son antagónicas y eso no es cierto. Pueden ser complementarias.)

Empiezan a oírse entonces otras palabras, como desarrollo, industria, cosmopolitismo, futuro. Los indígenas, los gauchos y las referencias locales desaparecen de los lienzos y son reemplazadas por sueños abstractos o formas geométricas. Los artistas aprenden el International Art English y empiezan a usar palabras como readymade, body art o performance para explicar sus obras. Son períodos de apertura, de imitación y de contaminación, cuando lo que menos importa es si las ideas artísticas, económicas o políticas tienen vínculos con la tierra o con lo vernáculo, sino si sirven para algo. Y mientras sirvan y les permitan a los artistas globalizarse y a las economías prosperar, serán toleradas. Pero cuando sus ciclos se agotan o el maná que prometían deja de regar los bolsillos, el sentimiento nacional vuelve a arreciar para llevarse en una riada todo lo extraño, todo lo impropio, aquel avance del imperialismo, del neoliberalismo o de la cultura cosmopolita que en mala hora se coló por nuestras fronteras. Como si aquel hubiera sido un humillante período de neocolonización (¿Estás negando las formas contemporáneas de colonización?), se abjurará de su legado y entonces, claro, borrón y cuenta nueva. A empezar de cero. (Nunca se empieza de cero, esta es una falacia propia de los comerciantes que están desesperados por ser ricos)


Aunque el asunto es un poco más complejo —hubo períodos en los que las dictaduras convirtieron la modernización en una causa nacional—, esta es una de las razones por las cuales América Latina está siempre en pañales (America Latina no está siempre en pañales, está en un proceso que si se compara con otras zonas, no tiene los mismos indicadores y no responde a la lógica inventada por quienes nos colonizaron. América Latina está aprendiendo y ridiculizarla de esta manera no la ayuda), incapaz de valorar sus logros, inventando pasados de ensueño y llevando por bandera sus venas abiertas y sus victorias mutiladas. Basta con observar lo que está ocurriendo en Chile. El país que más cerca estuvo de vencer el subdesarrollo (el subdesarrollo es un concepto inventado por quienes nos colonizaron, para tenernos de hermanos menores) se desentiende de esos logros —como si no lo fueran— y empieza a dar un giro identitario (Debes recordar las bases criminales de los “logros” de Chile). La nueva Constituyente, presidida por una indígena mapuche (qué maravilla, en Colombia fue presidida por un guerrillero recién desmovilizado), se propone enterrar el neoliberalismo con sus reminiscencias pinochetistas y refundar el país en torno a la plurinacionalidad (Es que es plurinacional así el sueño de la colonización sea la uniformidad). No buscan corregir el modelo o enmendar las desigualdades que fomenta. No. (¿Y en qué te basas para decir que van a enterrar todo lo antiguo? Además de ser imposible, porque tocaría formatear los cerebros de los constituyentes, hay representación de los conservadores en la Asamblea y va a haber balances entre lo antiguo y el nuevo proyecto) Enterrarlo para iniciar un nuevo experimento del que no sabemos qué saldrá (de los experimentos nunca se sabe qué saldrá), pero sí que responde a esta vieja lógica. Buscará integrar a los excluidos, especialmente a los indígenas, y les dará importancia a los símbolos y a palabras como pueblo, dignidad y justicia. (Esta es la mejor noticia de la columna, ojalá sea cierto)

Es la historia mordiéndose la cola, porque una vez más, insatisfechos con la imperfección del cosmopolitismo, buscamos respuestas inexistentes en el ilusorio e idílico refugio de la identidad. (La búsqueda es suficiente, la inconformidad con lo existente es un maravilloso motor, ¿qué tal que nos sorprendan con la creación de una nueva lógica y que nuestros hijos conozcan algo que para nosotros era insospechado?)








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