Si hubiera estado
en Colombia el #21N, habría salido a marchar y habría tocado las cacerolas en
la noche. Llegué el viernes 22 al medio día y había más manifestaciones, había
desorden, había conversaciones en curso que todavía no han terminado y ojalá
sigan.
Me llegaban
diferentes mensajes. Un amigo que vive en Madrid (España), me envió un mensaje masivo
con el siguiente contenido:
“los (sic) invito
a que izen (sic) banderas en sus empresas, negocios, casas, (sic) apoyemos al
gobierno, a las fuerzas militares y a la gente buena de este país! (sic)”
De inmediato le
pregunté si entraba en la categoría de “gente buena”. Él me contestó con algún
chiste, pero yo estaba preguntando en serio. Yo no sé si soy gente buena de
cara al mansaje que él me mandó. Yo no quiero izar una bandear en este momento.
Yo no quiero apoyar a las fuerzas militares ni al gobierno. Yo quiero apoyar la
gigante conversación que se está presentando en la que millones de personas nos
expresamos con todo nuestro descontento. Yo quiero apoyar a los millones de
personas que nos expresamos con cacerolas en estos días y que estamos enviando
un mensaje que no es fácil de decodificar.
El idioma de las
cacerolas es críptico, tiene su propio ritmo y para escucharlo es preciso abrir
el sistema y traducirlo. Ese es el reto de los gobernantes, de los empresarios,
de los líderes. Ese es el reto de los mismos que golpeamos las cacerolas, como
lo hice el viernes en la noche. Incluso nosotros necesitamos decodificar el
idioma de esos cacharros y traducirlo a un idioma común que pueda ser entendido
por los partidos de derecha y por los políticos en general. Muchas veces ellos
quieren entender, pero no pueden porque hablan en otro idioma.
De este mismo
amigo y por otros medios recibí este volante:
Mi reacción ante
el mensaje es que no se trata de unirnos en este momento en torno a un símbolo trivializante,
para este momento, como la bandera, el escudo, el himno o la patria. Eso sería
muy fácil y la conversación es compleja.
Es un momento
para que, de la manera más cuidadosa, establezcamos conversaciones sostenibles,
significativas y difíciles y para que incluso cuestionemos la unidad que a
veces resulta artificial y artificiosa, en torno a los símbolos patrios. Este
es un tema de humanidad que supera las naciones.
1 comentario:
Gracias Camilo, pues yo estoy entre conmovido y nuevamente asustado pues esta conmoción del corazón no se hasta donde puede volverse efectivamente en cambios que bajen los niveles de indignación legítima, pero que representan un cambio en la forma de hablar con el gobierno creo que en eso no hay duda, lo que no se es si el gobierno esta preparado (las grietas en el Centro Democratico parece que quieren dejar en evidencia "la incapacidad" de Duque y el silencio de Uribe me preocupa, sin hablar de las palabras de Flondoño) para hacer un dialogo efectivo o simplemente distractivo. Es evidente que el modelo de desarrollo que traemos desde hace 2 siglos esta colapsando, pero no veo la salida institucional que implicaria casi un reordenamiento internacional. Pero lo que si puede cambiar es la forma en que hablamos y conversamos al interior, pues hay una parte (los chats de nuestros colegios estrato 5 y 6 son un ejemplo que hay gente dispuesta a cualquier cosa para que el modelo no colapse). El dialogo y la concertación es entre nosotros, claro, con el gobierno, pero la clave esta en como concertamos entre visiones tan enfrentadas entre nosotros y que hoy están más exacerbadas que nunca. La solución yo la apuesto en el mediano plazo a los moderados como los verdes, pero con el reto de efectividad y resultados. Pero hoy todo esta bravo y confuso, pero esperanzador en el sentido que nunca antes el clamor de la gente fue tan legitimo por encima de los vándalos que ya inclusive perdieron fuerza. Me parece.
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