jueves, 17 de junio de 2021

Devenir quebrada

Convertirme en río va mucho más allá de mojarme o sumergirme porque rápidamente puedo volver a la orilla o secarme. Convertirme en Silvanio no es solo ponerme sus cotizas por un rato y caminar con su bastón, su nieto y alguna enfermedad en la cadera o en las rodillas, porque rápidamente puedo volver a mis zapatos citadinos. Devenir río tiene mucho de dejarme guiar por el nieto de Silvanio, por mi hijo y por las niñas y niños que viven los Senderos de Agua. Son quienes protagonizaron la caminata.


Al arrojar una pepita mágica al Pozo del Obispo que nutre la Quebrada Barichara, cerré los ojos y pedí mi deseo. Algo distinto debía hacer en esta ocasión al desear, porque todas las veces anteriores ante una fuente de agua, con una moneda, los resultados no fueron los que yo quería. Pedía para mí y para las demás personas, se me olvidó pedir para el territorio, para la comunidad, para lo incomprensible. Lo que más omití fue dar, ofrecer, ofrendar, pagar, pedir permiso. Esta vez no seguiré el agüero de ocultar mi deseo para que se me cumpla; voy a contarlo.


No me cabe duda de que la quebrada me contó una historia ese día y el siguiente y que me sigue contando más historias cuando escucho. Las formas de este riachuelo son y cuentan su versión. También puedo contar que Silvanio mandó limpiar un potrero para que los Senderos de Agua pudieran ser. La quebrada me contó que Silvanio tiene un lavadero de carros y un taller, a escasos metros de su curso. Dice ella que los jabones, los aceites y otros químicos la enferman, me enferman. Deben decir Silvanio y su familia que el negocio los ha dejado vivir tranquilos por años. Por cierto, yo también vivo tranquilo y nadie me está auscultando.   


Al siguiente día, en Puente Grande, sentí el mal olor del río y pensé en Silvanio, en todas las personas que habitan y visitan Barichara. Desde el puente, con mi guía y otras personas vimos una familia de guatines que cruzó con rapidez porque los de mi especie les tiran muy duro, para comérselos o quién sabe para qué. Uno de esos guatines me miró a los ojos y me hizo un pedido que me abruma y no sé si voy a poder satisfacerlo. Por cierto, lo que me pidió es muy parecido a lo que yo mismo deseé con la pepita mágica. 


Los Fiques y otro hilo que viene de La Culona, le dan más caudal a la quebrada que en algún momento recibió los desechos del matadero que no funcionó. Lo hicieron muy mal; hasta para matar se necesita buscarle la comba al palo. La construcción está abandonada, adentro tiene muchos avisperos que preferimos no alborotar, porque las avispas y cualquiera que sienta su rancho en riesgo, puede reaccionar mal. La baldosa blanca recuerda que este monumento vergonzoso fue hecho para que la sangre fuera fácil de limpiar. No lo lograron, ¡No lo logramos!


Afuera del matadero, nos dio por echar los escombros de las construcciones cercanas. Sin importar nada, pero un respiro está a punto de organizarnos, de ponernos límites, de darnos la posibilidad de elegir lo correcto. De ser libres. Sin discursos persuasivos sino con acciones y vocación, la elección se vuelve posibilidad. La quebrada no sabe qué es lo correcto, su sabiduría se haya en la magnificencia de solo ser, mi insensatez está en no dejarla.


Salimos de la carretera destapada y después de un broche bajamos por un camino empinado y pedregoso y nos encontramos otro monumento. Un óbelo con inscripciones por todos sus lados. Algunos de sus cómplices no han tomado la precaución de mandarse borrar y así evitar la identificación. Otros cómplices creemos que la indignación nos hace mejores sin recordar que aportamos a esa columna miserable. Las aguas de la quebrada que llegan a esa planta de limpieza, salen más muertas de lo que entran. Las aguas ensuciadas de Bagarí rodean el segundo monumento a la estupidez y aunque el matadero no funcionó, en esta construcción se cumple a cabalidad la función de matar.


Después de tanto olor a azufre, logramos cruzar la quebrada pisando sobre las piedras que sobresalen. Ahí entendí que si me dejaba guiar por la enemistad y no por las niñas y los niños, el paseo estaba acabado. Seguí caminando por entre el bosque, viendo basura y al llegar abajo, se oía el estallido del agua contra las piedras. También se seguían escuchando las historias que relataba la quebrada, con espuma hedionda, con icopores a las orillas, con una tortuga bajo la basura. Nicanor y Pedro tocaron el viento y el cuero. No era fácil celebrar con la música. Había ritualidad en el trabajo de recoger basura, gracias a la música, que en algunos despertó alegría.


Ya en ese punto el agua ruega por un escape y lo ejecuta al dejarse llevar por una gigante caída que da esperanza. Nos transformamos a nosotros mismos al dejarnos llevar por las formas y por las historias. Mis botas se mojaron por dentro cuando decidí acercarme a mirar el precipicio de la cascada. En ese momento pensé que mis zapatos, mis pies, estaban llenos de desechos de humanidad y sentí asco. El afán me dominó y emprendimos el camino de regreso con mi guía de seis años, para comprobar que esos monumentos no eran una fantasía de la desgracia.


Si quiero devenir río, no cabe duda de que me debo dejar mostrar el camino por mi guía y por las demás niñas y niños; en la niñez se sabe menos y se es más, como un río.












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